El ático de la torre Stark era la cosa más lujosa que había
visto en toda mi vida. Se trataba de un tríplex de tantos metros cuadrados
que marearían a cualquiera que quisiera contarlos. El ascensor subió demasiados
pisos para alguien con vértigo, y se abrió directamente a una especie de
pasillo donde nos recibió Jarvis, ¡Jarvis! Enfundado en un traje impoluto, el anciano de escasa estatura y aún más escaso producto capilar nos abrió la puerta del
ático. Con las paredes acristaladas, tenía una vista magnífica de Nueva York,
ya que, como ya anunciaba desde abajo, la torre Stark era uno de los rascacielos más altos de toda la isla. ¡Joder, me encantaba!
Los muebles eran sencillos pero con aspecto caro, al igual
que toda la decoración. Una enorme pantalla de plasma ocupaba el espacio frente
a un par de sofás de cuero marrón. Mis ojos recorrían cada cuadro, cada superficie, cada mueble, como si no pudiera parar de registrarlo todo en mi memoria. Contuve el aliento cuando revisé un estante con
algunos libros y objetos de arte, donde había varias fotos enmarcadas. Fotos de los
Vengadores. Los Vengadores de verdad. Se me saltaron las lágrimas, pero traté
que no se me notara. Si el Capi veía que me emocionaba demasiado, quizá pensara
que era una groupie con una imaginación desbordante que le había engañado para meterme allí.
La subida en el ascensor había sido tensa y silenciosa, y
temí realmente haber mosqueado al Capi con la referencia a su amigo Bucky, pues
no me dirigió una sola palabra, una sola mirada. Al entrar en la casa, los
agentes de, presumí, SHIELD, se quedaron en la entrada, y el Capi desapareció
en una habitación. Incómoda, me paseé por la estancia, reprimiendo el impulso
insano de coger algún pequeño objeto como souvenir (“oh, mirad, el sacacorchos
de Tony Stark”). Pero antes de que pudiera hacer nada, el Capitán América
reapareció con un bulto en la mano. Era ropa. Avanzó hacia mí y me la tendió.
-Puedes darte una ducha si quieres –dijo con semblante
serio, mientras yo cogía las prendas que me tendía. Tenía las manos cálidas.
-Eso… estaría muy bien, gracias –respondí.
Me indicó dónde estaba el baño, y tardé menos de quince
minutos en estar lista. Tenía tantas ganas de hablar con él, de contárselo
todo. Ahora que por fin había conseguido encontrar a los Vengadores, todo
estaba prácticamente resuelto. No tardarían en ir a mi mundo y solucionarnos
todos los problemas. Quise llorar de la alegría. Pero aquella alegría se vio
enturbiada cuando vi lo que me había traído el Capi. Era una camisa roja. Una
camisa de hombre. De Gucci. ¡Me había dado ropa de Tony Stark! Sin embargo hice de tripas corazón y me la puse rápidamente. Era una camisa grande y yo una chica pequeña, así que el extremo me llegaba hasta la mitad de los muslos. Los pantalones que llevaba puesto antes me llegaban aún más arriba, así que no sentí demasiada zozobra. Sin embargo, de pronto me asaltó una duda y, preocupada,
me miré las piernas.
Sé que suena frívolo decir que en un momento como aquel me
preocupé de llevar la depilación al día, pero joder, iba a conocer a mis héroes
con las piernas al aire, y lo último que quería que pensaran era “aj, menuda
pelambrera”. Si todo se solucionaba favorablemente, ¿quién me decía que no
podría echar un casquete con alguno? Crucé los dedos porque Lobezno viniera
pronto. Afortunadamente me había depilado pocos días atrás, así que me puse la
camisa y regresé inmediatamente al salón, donde el Capi me esperaba. Le vi
recorrerme las piernas con los ojos (pero no en plan sexual, sino en plan... preocupado) y esbozar una mueca de dolor ajeno cuando
percibió el enorme moretón del muslo.
-Siento que no te podamos ofrecer más ropa –dijo, mientras
se ponía en pie. Me arremangué para tener las manos despejadas y me retiré el
cabello mojado de la cara, poniéndomelo tras la oreja.
-No importa, esto es más de lo que… en fin. Gracias –Dios,
Jamie, no hagas el estúpido. Compórtate como la mujer adulta que se supone que
eres. Carraspeé.
-¿Quieres sentarte? –Ofreció el hombre, señalándome la mesa
de la cocina. Encima había dos tazas de café humeantes, puestas frente a
frente. Asentí y tomé asiento.
Él se sentó frente a mí, pero no hizo ademán de tocar su
taza. Me miraba atentamente desde sus brillantes ojos azules. Tenía los codos
apoyados sobre la mesa, y las manos entrelazadas a la altura de la barbilla. Incómoda,
empecé a darme cuenta de que aquello era un interrogatorio.
-No nos hemos presentado –dije yo al fin, rompiendo el
incómodo silencio. Quizá si me viera con iniciativa y ganas de contárselo todo,
pensaría que era de fiar- Me llamo Jay. Jamie -me corregí, pensando que mi nombre completo sería más formal. Arg, me sonaba raro- Jay.
-De acuerdo, “Jay” –el
Capi se recostó sobre el respaldo de su silla- ¿De dónde vienes?
-De un pueblo pequeño en Kansas. Pero no ésta Kansas, la de
tu mundo. Sé que es difícil de entender, pero vengo de otro universo.
-¿”Otro universo”?
May Day May Day, perdiendo la credibilidad del Capitán
América en segundos. Carraspeé, mientras me erguía sobre la silla.
-Mi universo es como el tuyo, ¿de acuerdo? Es exactamente
igual, excepto porque en el mío no hay superhéroes. Ni supervillanos. Sólo
gente corriente que hace cosas buenas o malas. Nosotros no tenemos superpoderes
ni nada que se le parezca. Pero sí tenemos una cosa, y eso son cómics. Tenemos
un montón de cómics que relatan vuestras aventuras y desventuras, os conocemos de
ahí. No sé, hasta hace pocas semanas simplemente… para mí no existías.
Le conté a grandes rasgos todo lo que había sucedido en el
pueblo desde la llegada de Octopus a la residencia de ancianos de Calibán, el
tiroteo de Bullseye, todo. Le relaté todo lo que había pasado y cómo habíamos
podido meternos dentro del ojo del huracán para luego salir al otro lado.
Mientras hablaba, la voz se me tornó más pastosa, e incluso se me saltaron
algunas lágrimas, pero no me detuve. Vi que el héroe apretaba la mandíbula cuando
le hablé de Cráneo Rojo, y que levantaba las cejas cuando le mencioné que
Deadpool también estaba allí y me había salvado.
Finalmente, dejó caer las manos sobre la mesa y me hizo la
pregunta que seguro le había estado rondando desde que le había conocido. “Qué
sabes de Bucky”. Hice memoria. Leí aquel cómic un par de años atrás, y no
recordaba bien los detalles. Sabía que había habido una explosión y la K.G.B le
reclutó como Soldado de Invierno, como un soldado durmiente. El Capi se levantó
de la mesa cuando le relaté aquello, y me dio la espalda mientras se dirigía a
la cristalera, para mirar a través.
-¿Y todo eso lo sabes por los cómics? –Preguntó con voz
queda.
-Sí –asentí- también sé que te llamas Steve Rogers, que
naciste en los años treinta y te sometieron a la prueba del suero de
supersoldado. Que estuviste congelado y dormido hasta que despertaste gracias a
los Vengadores en nuestra época, y que desde que desapareciste han estado
intentando reproducir el suero sin ningún éxito. Lo sé todo por los cómics, por
eso los supervillanos querían atraparme a mí y a mis amigos y matarnos, o algo
peor.
Vi que el Capi se llevaba una mano al mentón y se lo frotaba
suavemente.
-Tienes que creerme…
Me levanté lentamente de la silla y me quedé en pie, esperando
alguna reacción por su parte. Quise aproximarme más, pero acercarme a la cristalera, que llegaba hasta el suelo, me daba muchísimo vértigo, así que me mantuve a una distancia prudencial. Él miró el horizonte unos minutos más, y
finalmente se volvió.
-Si es verdad lo que dices… tengo que hacer algunas llamadas
urgentes. Puedes ponerte cómoda, volveré en seguida.
Suspiré y sonreí, muerta del alivio. Reprimí el impulso de
abrazarle, y por el contrario, simplemente observé cómo desaparecía tras una puerta. Después, todo se
quedó en silencio. Titubeante, me senté sobre el sofá de cuero, reconfortada
por su cómodo contacto, y cerré los ojos. Todo iba a salir bien, por fin.
…
-¿Entonces está bien?
-Oh, sí, la pobre sólo estaba agotada. Despertará pronto.
-Deberías estar a su lado cuando despierte, o se asustará.
Sentí unos dedos fríos retirándome un mechón de cabello de
la cara. No quise abrir los ojos, la última vez que lo había hecho me había
encontrado casi en caída libre. Pero bajo mi cuerpo sentía el confort de un colchón, y
una sábana suave me cubría hasta la cintura. Los murmullos de una
conversación tras de mí eran como un arrullo que me invitaba a volver a sumirme
en un sueño reparador. Una puerta cerrándose en la lejanía volvió a dejarlo
todo en silencio. Todo estaba bien, todo iba a estar bien a partir de ahora y
para siempre…
-Jamie –susurró una voz masculina cerca de mí.
Oh, cállate y déjame dormir.
-Jamie –repitió, con un tono dulce y casi paternalista- sé
que estás despierta.
Lancé un gruñido al aire y abrí los ojos. Me deslumbraron
los halógenos blancos del techo, y parpadeé varias veces, enfocando lo que
tenía a mi alrededor. Estaba en una especie de sala de hospital plateada, como
un quirófano, tumbada en una camilla. Tenía un gotero enganchado al brazo, y
eso y una silla al lado de la camilla era toda la decoración existente. A mi
lado había un hombre alto, como de un metro ochenta, con el cabello largo y
negro que caía en espesos rizos sobre su pecho. Su rostro atractivo
estaba adornado por una perilla que llegaba hasta el pecho e igualmente espesa, y su torso estaba
cubierto por una especie de chaleco de cuero cosido a retales. Por su espalda,
una capa de piel caía hasta el suelo. Mientras le miraba con atención, me llevé
el reverso de la mano a la boca, para limpiarme un hilillo de baba que se me
había formado durante el sueño.
-¿Quieres que llame a alguien? –Me preguntó, con una voz que
me resultaba extrañamente familiar.
Negué con la cabeza. El hombre, aquella especie de vikingo, sonrió, mientras apoyaba la mano izquierda sobre la cama. La tenía enfundada en una especie de guante plateado que brillaba bajo la luz del techo. Fascinada e intrigada, quise mirarla con más detenimiento.
Negué con la cabeza. El hombre, aquella especie de vikingo, sonrió, mientras apoyaba la mano izquierda sobre la cama. La tenía enfundada en una especie de guante plateado que brillaba bajo la luz del techo. Fascinada e intrigada, quise mirarla con más detenimiento.
-¿Dónde estoy? –Como convocadas por un mago cabrón,
empezaron a venirme a la mente imágenes de todos los experimentos de Arma X,
cuyas instalaciones no diferían tanto de donde me encontraba. Tragué un enorme nudo que se me había formado en la garganta.
-En la torre Stark –aclaró aquel atractivo desconocido- te
quedaste dormida en el sofá, pero el Capitán América se preocupó al ver que no
despertabas y te trajeron a la zona de ensayo médico. Tranquila, no te han
implantado, inyectado o extirpado nada que no quisieras.
Asentí, aún aturdida.
-¿Y dónde está el Capi? –Pregunté, mirando a mi alrededor.
No había ni una triste ventana.
-Hablando con Henry Pym.
Asentí de nuevo, encogiendo las piernas bajo las sábanas.
Wow, Henry Pym, ni más ni menos. Poco a poco volvía a tomar conciencia de dónde
me encontraba, así que emocionada, y algo más tranquila al verificar que no me encontraba en las instalaciones de alguien que quisiera implantarme, inyectarme o extirparme nada, aparté las sábanas y descolgué las piernas por el
borde de la cama, dispuesta a levantarme.
-Jamie, estate quieta, aún estarás débil –el hombre rodeó la
camilla y me puso una mano en la pierna. Di un respingo, ¿qué se había creído?
Le miré directamente a los ojos, frunciendo el ceño. Sus ojos eran verdes, con
algunas vetas color avellana. De pronto volvió a treparme aquel nudo por la garganta.
Le repasé el rostro minuciosamente. Tenía las cejas tupidas,
y fruncidas permanentemente, la frente ancha y la nariz estrecha y alargada. Su boca
era pequeña y tenía los labios carnosos y atractivos. Al sonreír, reveló una
fila de dientes rectos y blancos. Alargó de nuevo la mano del guante hacia mí,
acariciándome el cabello. Cuando se la toqué, estaba fría y tenía una textura
metálica. Estupefacta, la cogí entre los dedos y me la puse frente a los ojos.
No era un guante, era su… su mano. Le miré de nuevo a la cara. ¿Quién coño…?
-¿Aún no sabes quién soy? –Preguntó, con aquella voz que me
resultaba tan familiar. Abrí la boca en un grito mudo, y de alguna forma las
palabras se me perdieron en algún lugar en el trayecto entre mi cerebro y mis labios- Soy yo,
Mark.
-Mark –repetí, anonadada. Claro que era él, pero… ¿cómo es
posible…?
-Aunque en Asgard me han estado llamando Tyr.
¿...Perdón...?