-Abre la puerta, Jay –golpeó Tyr desde fuera.
-¡No! –respondí yo, limpiándome un vertido de mocos con el
puño de la camisa de Ironman, sentada sobre el suelo- he hecho el ridículo
-Un poco sí –escuché la voz de Ethan a través de la puerta;
un murmullo le interrumpió y él proclamó en voz alta - ¿qué? ¡Es verdad!
Lobezno se ha quedado flipado.
-Sal ya, venga. No pasa nada –convino el asgardiano, golpeando la
puerta de nuevo. Un crujido aterrador se propagó por toda la madera, y con un
respingo, Tyr detuvo sus golpes. Le costaba recordar que ahora tenía la fuerza
de un dios.
-¡No! –Exclamé yo, abrazándome las rodillas en el suelo- No
pienso salir nunca más. ¡Me pienso quedar aquí para siempre! Tengo aquí todo lo
que necesito. Puedo comer… -paseé la mirada por las brillantes superficies del
cuarto de baño, buscando inspiración- papel higiénico. Tiene celulosa.
-Jay –Hoydt acababa de unirse al grupo que trataba de
disuadirme para que dejara el baño libre. Con la espalda apoyada contra la
puerta, negué fervorosamente con la cabeza, aunque ninguno pudiera verme- Jay –repitió
él, golpeando suavemente con los nudillos- no pasa nada. Todos estamos muy
nerviosos. Además, son famosos, están acostumbrados a que la gente reaccione
mucho peor al verles.
-No pienso salir –repetí- me muero de la vergüenza.
Con lágrimas en los ojos y una enorme necesidad de salir
volando de allí, convertida sólo en polvillo de estrellas, oculté el rostro entre
las manos. Dios mío, y yo que pensaba que vomitar en clase era lo más
humillante que me había sucedido en toda mi vida. Al menos la potera había sido
involuntaria. Angustiada, resolví que sólo saldría cuando todo el mundo se
hubiese ido, después regresaría a mi mundo y me encontrarían colgada de mi
habitación semanas más tarde, cuando las mujeres de la limpieza se decidieran a
acabar con aquello que causaba mal olor en la residencia de estudiantes.
Sí, era un buen plan.
De hecho, mis compañeros parecían compartir mis
cavilaciones, pues cansados de insistirle a una puerta de madera lacada en
blanco, ahora un poco agrietada, comenzaron a entablar una conversación entre
ellos.
-Pero Hoydt, ¿cómo es que has venido con la Patrulla? –Inquirió
Tyr.
-No, no, no –negó éste, con su característico tono de falsa
indignación- primero tienes que explicarme por qué eres un dios Asgardiano.
-Estoy de acuerdo –convino Ethan- ¿qué cojones ha pasado?
-Bueno, espera un momento, que tú también tienes que dar
muchas explicaciones, Máquina de Guerra –repuso Tyr.
Puse los ojos en blanco.
-¡Que empiece Hoydt, que esa historia no me la sé! –Grité yo
a través de la puerta. Un silencio incómodo sucedió a mis palabras e intrigada,
apoyé la oreja contra la madera para no perderme ni un detalle de la
explicación.
Debí convencerles, porque de inmediato, Hoydt comenzó a
hablar. Relató, a grandes rasgos, cómo había sido su llegada a este mundo, el
encuentro con la enfermera Jane Foster –por cierto, ¿le darás el recado a Thor
de mi parte?– le dijo a Tyr a mitad de la historia. Supuse que éste habría
asentido con la cabeza, pues el hombre continuó.
-En fin, una vez en el taxi pensé que lo más conveniente era
acudir al equipo más marginado y perseguido. Creí que ellos empatizarían más
con nuestra situación: solos y en un mundo extraño, eran ellos o los Inhumanos,
y la verdad es que tenía menos posibilidades de llegar a la luna con el dinero
que me prestó Jane Foster.
Hoydt, siempre tan inteligente y sensato. Mientras él había
acudido inmediatamente a pedir ayuda, yo me había pasado prácticamente dos días
dando vueltas por Manhattan, más perdida que un pulpo en un garaje.
Después de relatar su emocionante encuentro con Lobezno, nos
habló de la Mansión X y su llegada a ella. Construida en un elegante estilo
georgiano en varias alturas, la mansión se alzaba sobre una colina coronada de
altos cipreses, con un inmenso jardín rodeándola. El día estaba completamente
despejado y aunque ya estaba anocheciendo, el sol del atardecer arrancaba
profundos destellos de la fuente que decoraba la fachada delantera, cuya entrada estaba decorada con una doble escalinata.
En el jardín aún quedaban holgazaneando algunos chiquillos,
la mayoría de unos diecisiete años, que retozaban aquí y allí repartidos por el
césped. Para decepción de Hoydt, todos tenían un físico normal, nada de alas o
piel de colores, pero por otro lado agradeció no contar con ninguna distracción
que le hubiese desenmascarado como foráneo de aquel mundo. De cuando en cuando,
miraba de reojo a Lobezno. El viaje en moto había sido terrorífico y
emocionante, a una velocidad vertiginosa. No habían intercambiado palabra, pero
ganas no le habían faltado. Lo único que había frenado su lengua era el temor a
desvelar algún detalle sobre la vida del mutante que le hubiese hecho sospechar
de él.
Se preguntó, sinceramente, si Lobezno habría sufrido ya el
mazazo de perder a Jean Grey, o si por el contrario ella se encontraría todavía
dentro de la Mansión, con el antifaz amarillo de los primeros tiempos o con el
traje ajustado, rojo y dorado, de Fénix. La piel de los brazos de Hoydt se
erizó con una mezcla de placer e inquietud. Se sentía como el único espectador
de un thriller especialmente terrorífico.
Pronto dejaron atrás el suntuoso jardín para encontrarse en
el sorprendentemente cálido interior de la mansión. Aunque toda la entrada y el
pasillo se encontraban revestidos de paneles de madera oscura y una anticuada
alfombra roja se extendía por las escaleras, Hoydt se sintió inmediatamente
como en casa. Quizá era por los alegres sonidos que se propagaban por doquier,
risas infantiles y el sonido de los platos y cubiertos preparados para la cena
un poco más allá. Los olores eran los mismos que en colegio de su juventud, y
el ambiente le recordaba a su residencia universitaria. Se alegró sinceramente
de que los jóvenes mutantes de aquel mundo pudieran contar con un lugar tan
feliz para vivir, aunque fuera alejados de sus familias.
Sin mediar palabra, Lobezno le condujo al piso superior,
atravesando largos corredores y pasando por delante de puertas y más puertas,
como en un laberinto. El veterinario no tardó en sentirse algo desorientado,
especialmente porque sentía que le faltaban ojos para observarlo todo. Pronto se
cruzó con algún muchacho de aspecto inusual –una joven cubierta de escamas, o un
chico de un color rosa encendido- que le obligaron a bajar la vista hasta el
suelo, evitando a toda costa hacerles sentir incómodos con sus ganas tremendas
de examinarles inquisitivamente. Si esos chicos, los que tenían aspecto animal,
enfermaban, ¿bastaba un médico, o un veterinario como él podría examinarles más
satisfactoriamente?
¿Se exploraría Bestia regularmente en busca de garrapatas? ¿Le
habrían vacunado contra el parvovirus? Pensó, mientras Lobezno abría una enorme
puerta abierta al final del pasillo.
-¿Por qué no se lo preguntas a él? –Le respondió una voz
profunda y envejecida al otro lado de aquella puerta. Sobresaltado, Hoydt se
encontró mirando directamente a los oscuros ojos del Profesor Xavier, que
esperaba al otro lado de una enorme sala, sentado tras una oscura mesa de
roble.
El hombre se sintió sonrojar, con un fuerte sentimiento de violación
de su privacidad, cuando se dio cuenta de que hablaba de aquellas tontas preguntas
que le habían surgido en la mente. Negó con la cabeza, al tiempo que todos los
presentes en la sala volvían los ojos, curiosos, hacia el profesor. Éste sonrió,
tranquilizador.
-Pasa, por favor –le invitó, mientras Lobezno hacía lo propio y se
apoyaba contra la pared, junto a la puerta. Hoydt atravesó el umbral,
titubeante, mientras echaba un vistazo a su alrededor.
Se introdujo en un despacho enorme, con un ventanal al fondo situado a espaldas
del director de la escuela. A su alrededor se encontraban Cíclope,
completamente reconocible por aquellas extrañas gafas que protegían a los demás
de su mirada calorífica; y Tormenta, apoyada contra la mesa, hermosa y exótica
con su piel oscura africana y el cabello blanco descendiendo por su espalda. Hoydt
reprimió un infarto de miocardio cuando se dio cuenta de que Bestia, azulado y
gigante como un enorme monstruo de las galletas, se hallaba junto a la puerta,
tras él. Entendió entonces las palabras que le había dedicado el profesor, y
sintió un azoramiento más agitado.
Hoydt volvió a preguntarse si Jean seguiría viva, y se
arrepintió al instante de haberlo hecho, pues vio una expresión de profunda
confusión en los ojos del profesor. Joder,
deje de leerme la mente –exclamó él, para sus adentros. El profesor Xavier
frunció el ceño, llevándose una mano a la barbilla, confuso.
La lamparita que descansaba sobre la mesa, junto al codo izquierdo del profesor, comenzó a titilar, y el telépata la
observó, con profunda sorpresa.
-¿Y bien? –Preguntó Cíclope secamente, ignorando la lámpara
y mirando, elocuente, hacia Lobezno. Este se encogió de hombros.
-Que te lo diga el profesor, lleva un rato estudiándole,
¿no?
El mentado no dijo nada, y Hoydt, incómodo, decidió tomar la
iniciativa antes de que continuara averiguando cosas sobre su futuro leyéndole
la mente, en un ejercicio poco agradable de violación de su privacidad.
-Yo… yo vengo de otro mundo –expresó, como si estuviera en
una reunión de Alcohólicos Anónimos y necesitara sincerarse sobre su adicción.
Su declaración sólo provocó una epidemia de cejas levantadas
con suspicacia, así que cerró los ojos y continuó. La lamparita junto a Xavier
volvió a titilar, casi al ritmo de los acelerados latidos del corazón de Hoydt
que se agitaba, nervioso, en su pecho.
-Vengo de otro mundo. Bueno, quizá sería más correcto decir
que vengo de otro universo. Un universo que es exactamente igual que este, pero
donde no hay mutantes ni gente dotada con poderes especiales. Vuestros enemigos
han viajado allí y han comenzado una invasión, aunque hasta hace poco sólo
atacaban el pueblo donde vivo. Pero tenemos motivos para creer que no se
contentarán con eso, y continuarán con todo el país.
-¿Tenemos? –Preguntó Tormenta- ¿Es que hay alguien más?
-Una amiga saltó al portal antes que yo. Y creo que otros
compañeros vinieron detrás de mí, pero no he encontrado a nadie aún.
-¿Habéis venido a través de un portal? –Preguntó Bestia, con
una voz increíblemente amable que contrastaba profundamente con su fiero
aspecto, a pesar de las adorables gafitas que reposaban sobre su hocico.
Hoydt asintió.
-Eso creo. La verdad es que sólo recuerdo una cegadora luz
blanca y luego caer al vacío. Cuando desperté estaba en un hospital, aquí en
vuestro mundo. Me encontraron en la calle. Creemos que el portal lo abrió de
alguna manera el Dr Doom, pero también hay otras personas implicadas. Por
ejemplo, esto –alzó el brazo que aún mantenía en cabestrillo, apoyado contra el
pecho- me lo hizo… -titubeó, mirando a Lobezno- me lo hizo Mística. También
está Dientes de Sable. Estuvo a punto de violar o matar a una amiga. Por suerte,
ella consiguió huir.
Como temía, Lobezno soltó un profundo gruñido.
-¿Está bien esa chica? –Hoydt se preguntó si el mutante se
sentiría responsable de todos los feminicidios cometidos por Dientes de Sable,
o si simplemente estaría siendo educado.
De cualquier manera, el chico asintió.
-Estaba bien la última vez que la vi. Asustada. Fue una
situación difícil. Ella fue la primera en saltar al portal. La verdad es que
pensaba que vendría aquí, ya que eres su favorit… -el hombre se interrumpió,
sintiendo inevitablemente que había hablado de más.
La conversación se iba a hacer interminable. Evidentemente,
ninguno pasó por alto aquella extraña alusión, ¿Lobezno el favorito? ¿De qué?
Hoydt se vio obligado a explicar, de forma abrupta y nerviosa, que en su mundo
ellos eran personajes de ficción. La conversación estaba haciéndose
increíblemente incómoda.
Cíclope
comenzaba a verse completamente reacio a colaborar, y más teniendo en cuenta
que la Patrulla siempre salía escaldada de cualquier intervención heroica. Ante
aquella negativa, Hoydt empezó a inquietarse. Si le negaban su ayuda,
¿qué podría hacer? ¿Cómo iba a volver a casa? Y aún más, ¿habría alguna casa a
la que volver? Sumido en aquellos pensamientos catastrofistas tardó en percibir
que todas las bombillas del despacho habían comenzado a parpadear, al principio
suavemente pero luego como locas, hasta que algunas estallaron, provocándole un sobresalto.
-¿Qué está pasando, profesor? –Exclamó Cíclope, cubriéndose
la cabeza con los brazos para evitar los trozos de vidrio.
El profesor, sin embargo, se mostraba impertérrito, mirando
a Hoydt fijamente.
-Detén esto ahora, Hoydt. –Dijo, con voz calmada pero firme.
La bombilla de la lámpara de mesa junto a ellos estalló, arrancando ahora sí,
un grito de sorpresa al chico.
De pronto, todo aquel clamor se detuvo, y las pocas lámparas
que restaban enteras continuaron emitiendo luz de una forma normal. Tanto
Cíclope como el profesor Xavier se volvieron hacia Hoydt al unísono, quien,
aturdido, les miraba a ambos con la misma expresión de estupefacción que un conejo
alumbrado por los faros de un coche.
-Me parece que deberíamos consultar a Cerebro.
A estas alturas de la narración, yo ya me encontraba en pie,
asiendo el pomo de la puerta, y Ethan había exclamado.
-¿Qué? ¿Qué estás diciendo, Hoydt?
Abrí la puerta del baño justo al tiempo para verle expresar,
profundamente orgulloso de sí mismo.
-Sólo estoy diciendo que soy un mutante.