Peregrinaje

Al principio gritó, mientras escuchaba cómo su voz quedaba más y más ahogada por metros de tierra sobre ella. Después, tratando de no caer en la desesperación más absoluta, trató de liberarse las muñecas, atadas con una brida. Sin embargo, el poco espacio dentro del ataúd no ayudó al proceso, y sólo consiguió dislocarse un hombro dolorosamente. Gritó de nuevo, profirió toda clase de insultos, suplicó, y, por último, lloró.

Después, simplemente… esperó lo inevitable. Los segundos le parecieron minutos, y los minutos se le hicieron eternos. Pero llegó un momento en el que se dio cuenta de que, tratando de hacer una estimación realista del tiempo que llevaba allí, no se estaba asfixiando. De pronto un chorro de agua le dio en la cara, arrancándole un grito de sorpresa. Demasiado repentino para beber, al menos supo que no estaba realmente enterrada viva. Habría algún tipo de conducto de ventilación por el que, supuso, Emesh no dejaría que se ahogara.

Así que no quería dejarla morir. No, quería tenerla en un sitio más seguro que una celda, y, de paso… torturarla. Emesh la estaba castigando por haber matado a Marduk. La castigaba dejándola vivir, alargando su agonía bajo tierra.

Por la frecuencia con la que la hidrataba, Claudia pudo guiarse en el tiempo. Un tiempo que pasó encerrada, siempre en la misma postura, con las manos bajo la espalda y sin espacio suficiente a penas para incorporarse un par de centímetros. Ni siquiera podía quitarse el antifaz de los ojos. Aunque… ¿para qué? Lo único que vería sería oscuridad a su alrededor, y aquello la volvería más loca.

Emesh no le dio nada para comer. Bebió cuando era lo suficientemente rápida como para abrir la boca cuando caía agua, y cuando no, y la sed se cernía sobre ella de forma implacable, bebía la sangre que podía extraer al morderse la parte interior de las mejillas. Llegó a pensar en, simplemente, dejar de beber y morir deshidratada. Prefería morir a servir de sacrificio para lo que fuera a invocar aquel cabrón. No, negó ella, eso es mentira. Con tal de que Emesh la desenterrara le ofrecería todo lo que ella tenía, todo. Incluso dejaría que le pusiera unos grilletes alrededor de las muñecas, como los de Hylissa. Lo que fuera, con tal de respirar aire fresco. No prefería morir a servir de sacrificio, prefería morir a seguir allí encerrada.

Le dolían todos los músculos del cuerpo; había dejado de sentir las manos horas atrás, y en su lugar ráfagas de dolor y entumecimiento le trepaban por los brazos. Al segundo día, dejó de llorar y suplicar.
Al tercero, dejó de ser ella.

Yasshiff había tardado tres días en darse cuenta de que su objetivo era la Meca, pero para cuando lo supo, tardó poco más de tres horas en llegar allí. Fue fácil conseguir un pasaporte falso y colarse en el primer avión hacia Arabia Saudí. Había muchos, y todos volaban directamente hacia la Meca. Al llegar robó el primer coche que vio y condujo frenéticamente hacia el lugar sagrado. Una vez allí, se ofuscó para pasar entre la gente. Incluso a aquella hora de la noche, el lugar estaba repleto de personas que, en su devoción, caminaban rodeando la Kaaba.

Se trataba de una plaza de tamaño impresionante, delimitada por un recinto de dos pisos, decorados por arcos blancos, pequeños y muy juntos. En el medio, una construcción cuadrada de unos quince metros de altura y cubierta por un manto negro con inscripciones en árabe era el objeto de devoción de todos los peregrinos, quienes daban la vuelta y se arremolinaban en torno a una de las esquinas para tocar la piedra negra, el meteorito. Yasshiff resopló, molesto por tanta fé. Y pensar que él…

Pero no, miró a su alrededor ¿dónde coño estaría ese cabrón?
Se abrió paso entre la gente, mirando, buscando, examinando cada rincón, cada baldosa del suelo. Pero nada, todo parecía normal. ¿Ya se habría llevado a cabo el ritual? No, si hubiese pasado, habría habido algún acontecimiento, algo… Pero ¿dónde, en un lugar como aquel…? El árabe desvió la mirada hacia arriba. Claro, encima. En el puto escenario del mundo. Hijo de puta.

El vampiro hizo cálculos mentalmente, mientras retrocedía para coger carrerilla. Seguramente no podría llegar a la cima de un salto, pero de todos modos seguiría siendo invisible para ojos humanos. Sin embargo, no contaba con ser invisible a ojos de Emesh, así que tendría que ser jodidamente rápido. Respiró hondo, corrió algunos metros y saltó, desviando todas sus fuerzas hacia las piernas. Consiguió asirse a la tela que recubría la estructura con las manos, soltando un rugido. Estaba resbaladiza, pero de alguna forma, poniendo todo su empeño, consiguió trepar hasta la cima. Pero cuando pudo poner los brazos sobre la parte superior, la visión de lo que allí pasaba le dejó sin aliento momentáneamente. Sin embargo, soltó un rugido de rabia y aquello le dio las fuerzas suficientes para encaramarse de un salto.


Claudia estaba colgada del aire, seguramente sujeta a algún tipo de magia. La sangre goteaba lentamente de sus muñecas, pero Yasshiff hizo una mueca, no era la única sangre. En las otras esquinas había un mago, un puto hombre lobo y un vampiro. Joder. Frente a él, las dos hijas de puta enfundadas en cuero se habían vuelto para mirarle, y Emesh, de espaldas, miraba a los ángeles, que acababan de materializarse allí. Yasshiff desenfundó las pistolas.