Hoydt

Fue difícil convencer a Ethan de que se uniera a la incursión de la residencia de ancianos. Yo observaba en silencio cómo se llevaba a cabo la discusión. La infusión caliente que me había traído Hoydt finalmente me había terminado de templar los nervios, de una forma tan efectiva, de hecho, que empecé a sospechar que aquella bolita blanca flotando al fondo de la taza no era una pastillita de sacarina, sino algún tipo de tranquilizante. Con una sonrisa floja, se lo agradecí en silencio. Por lo menos las manos me habían dejado de temblar.
En cualquier caso, Mark se encontraba divagando en voz alta sobre cuándo sería el mejor momento para realizar la exploración. Era evidente que la hora idónea para cualquier tipo de infiltración era a partir de medianoche, pero teniendo en cuenta que la mayoría de los crímenes cometidos habían sido a plena luz del día, acudir en horario diurno les permitía infiltrarse en el edificio con menos posibilidades de encontrarse con ningún indeseable. Aunque, como recordó Mark, lo que queríamos en realidad era verlos a todos juntos y saber contra quiénes nos enfrentábamos. Así que decidieron atacar al atardecer del día siguiente, donde los criminales diurnos y los nocturnos se encontrarían en la residencia.

Antes de llegar a aquella conclusión, Jane carraspeó en una forma elocuente de advertir a Hoydt de que quería hablar con él en privado. La mujer había sido lo más discreta posible, pero estaba claro que aquella señal significaba problemas. Imaginé rápidamente el por qué: evidentemente Jane no iba a dejar que Hoydt emprendiera una misión tan peligrosa, en la que ni siquiera creía, en lugar de simplemente llamar a la policía y contarles lo que sabíamos, por muy claro que tuviéramos que no iban a creernos. Todo aquello tenía la más profunda de las lógicas, y más teniendo en cuenta que Jane estaba embarazada y pronto serían padres. Ambos abandonaron el salón y escuchamos cerrarse rápidamente la puerta de la cocina.
Tensos, el resto esperamos en silencio, sentados en el sofá, mientras escuchábamos una discusión a susurros, muchos de ellos agitados y con alguna palabra pronunciada en un volumen más elevado que las otras. Finalmente, la discusión estalló en gritos.
-¡No puedes ir, Hoydt! –Exclamó Jane para zanjar la discusión.
-¡No voy a dejar que cuatro malditos villanos hagan daño a mi mujer! –Respondió él. Nosotros reímos calladamente. Era tan típico de Hoydt soltar una frase de película en momentos así- ¡Así que no me digas dónde no puedo ir!

De nuevo sus voces bajaron de intensidad, hasta que no se oyó nada. Finalmente, una frase de Jane dio por zanjado el asunto.
-…pero no hagas tonterías, que vas a ser papá…

Encogí las piernas sobre el sofá y apoyé la cabeza en mis rodillas. Suspiré. Debía ser bonito que alguien se preocupara así por ti. Calibán se aproximó a mí y se sentó a mi lado, poniéndome una mano entre los hombros. De nuevo, reprimí las ganas de llorar. Por dios, autocompasión no, Jamie.
-¿Estás bien? –Murmuró, mirando significativamente la venda de mi mejilla. Yo asentí.
-Sí. No sé. No estoy herida físicamente, de hecho no ha llegado a pasar nada. Pero no sé, es raro. –Agité la cabeza- ¿Cómo te sentirías si, por ejemplo, Poison Ivy intentara matarte?
-Pues no lo sé –respondió Calibán, mesándose de nuevo la barba- supongo que no me lo creería. Un personaje tan emblemático, intentando matarme a mí…
-…un simple mortal. Así me siento yo. –Volví a apoyar la cabeza sobre las rodillas- ¿Alguien ha avisado a Jason?
-No deberíamos preocuparle –comentó Ethan, uniéndose la conversación. En la mano llevaba la carátula de un videojuego que reconocí en seguida:  Marvel Ultimate Alliance. La observó con el ceño fruncido, y luego murmuró- Y si todo esto es verdad, ¿dónde están los héroes?
-A lo mejor los héroes somos nosotros –Mark se sentó en el sofá, dejándome a mí entre él y Calibán.

Resoplé mientras ponía los ojos en blanco
-¿Qué? –Repuso, mirándome- ¿Por qué no? Por todas partes hay miles de libros y cómics cuyos protagonistas son gente normal y corriente, a la que le pasan cosas increíbles. ¿Por qué no íbamos a ser nosotros esta vez?
-¿Y por qué nosotros y no cualquier otro grupo de nerds de esta ciudad, que a lo mejor han llegado a la misma conclusión? –Replicó Ethan, dejando el juego sobre la mesa.
-Eso, -asentí- si los héroes fuésemos nosotros tendríamos que ser el típico grupito con el informático, el tío que hace las peleas cuerpo a cuerpo, la tía buena y el tipo gracioso que es el primero en morir. –Alcé las manos, impidiendo que hablaran- y ya sé que el tipo gracioso del grupo es Jason, pero él no cuenta, primero: porque no va a morir; y segundo: porque no puede participar en la misión, así que no forma parte del grupo. Y desde luego yo tengo tanto de tía buena como de informático, las cosas como son.

Mark suspiró, rascándose la frente distraídamente. Yo apoyé la cabeza contra el respaldo del sofá y cerré los ojos. Por favor, quería que toda aquella situación absurda acabara de una vez para volver a mi vida normal. ¿Y yo me había quejado de que era aburrida? Joder, mataría por poder volver a las preocupaciones tontas: qué voy a comer hoy, cuándo sale el próximo de Nuevos Vengadores... Sentí un pinchazo en el pecho al pensar en el cómic. Jamás volvería a leer uno del mismo modo. Pensé en Jason, que no iba a recuperar del todo la movilidad del brazo, y pensé en toda aquella gente del centro comercial. Iban a pasar décadas hasta que el pueblo entero se curara de sus heridas, sin contar las que estaban por llegar.

Apreté los párpados y me mordí el labio inferior por lo que estaba a punto de decir. Quizá eran los ansiolíticos hablando, o la adrenalina pasada, pero odiaba las hipocresías; no podía andar de abanderada del débil y luego esconder la cabeza dentro de la camiseta como una tortuga cuando las cosas se ponían feas. Si quería que todo el pueblo se recuperara verdaderamente de sus heridas tendríamos que detener a aquellos que estaban cometiendo todos los crímenes. Tenía que hacer algo, no simplemente esperar que todo recuperara la normalidad como por arte de magia.
-Yo también voy –anuncié, justo en el momento en el que el matrimonio regresaba al salón, aún agitado por la reciente discusión.
-¿A dónde? –Preguntó Hoydt, perdido aún por la pelea con su mujer.
-Con vosotros. A la residencia de ancianos.
-No –negó Mark tajantemente.
-Mira, puedes decir que no las veces que quieras –hice un gesto desdeñoso con la mano- pero voy a ir.
-Jay, no queremos tener que estar preocupándonos por ti –dijo Ethan, con aquella falta de tacto que le caracterizaba.
-No tendréis que preocuparos, lo prometo. Ya sé que no soy muy útil en un cuerpo a cuerpo, y que tampoco sé disparar, pero puedo colarme por rendijas pequeñas y soy muy sigilosa, ya lo sabéis. –Insistí. Tenía un fuerte nudo a la altura del estómago, y desde luego nada me atraía menos que la idea de acercarme a la boca del lobo, pero algo en mi interior me instaba a que fuera, como una cuerda invisible que tirara de mis tripas.
-¿Y qué pasa si te cogen? –Preguntó Calibán, mesándose nerviosamente la perilla.

Tragué saliva. ¿Y qué pasa si me cogen? Con un estremecimiento, recordé a Dientes de Sable. No quiero morir. Dios. ¿Y qué pasa si me cogen? Miré a mis amigos uno a uno. No podía defraudarles. Con mucha menos seguridad de la que sentía, respondí.
-Pues lo mismo que pasaría si os cogieran a vosotros. Ley del pirata: quien se queda atrás, se deja atrás. 

Los chicos se miraron entre ellos, mientras Jane me observaba con una expresión que no dejaba lugar a dudas: no creía que fuera capaz de lograrlo. Nadie lo creía, en realidad. Pero lo iba a hacer. Iba a ir. Tenía que saber qué estaba pasando en mi pueblo.