A pesar de aquella afirmación que yo consideré tajante, los chicos zanjaron el asunto dejándome definitivamente fuera del plan. Frustrada, me enfadé con ellos. Por supuesto que era consciente de que en un momento de máximo peligro yo no sería lo que se dice el peón más útil de la batalla, y a la vista estaba, traumatizada como me sentía tras el único encuentro realmente peligroso que había sufrido en mi vida. Pero precisamente por la necesidad de curar aquella sensación de indefensión era por la que sentía que debía ir. Necesitaba ayudarles, en cualquier cosa. Lo que fuera.
Pero no, ellos habían resuelto partir hacia la residencia al día siguiente, al atardecer, y su decisión era inamovible. Por mí decidieron que me debía quedar en casa haciéndole compañía a Jane, aunque por su cuenta ella resolvió que prefería coger el coche y marcharse a casa de su madre, a unos quinientos quilómetros del pueblo. Aquella decisión, aunque totalmente comprensible, me dejaba sola de nuevo, y si había algo que me aterrara más que ir al geriátrico y atravesar lo que parecían las puertas del infierno, eso era quedarme sola.
Pero no, ellos habían resuelto partir hacia la residencia al día siguiente, al atardecer, y su decisión era inamovible. Por mí decidieron que me debía quedar en casa haciéndole compañía a Jane, aunque por su cuenta ella resolvió que prefería coger el coche y marcharse a casa de su madre, a unos quinientos quilómetros del pueblo. Aquella decisión, aunque totalmente comprensible, me dejaba sola de nuevo, y si había algo que me aterrara más que ir al geriátrico y atravesar lo que parecían las puertas del infierno, eso era quedarme sola.
El sol rayaba ya el horizonte cuando por fin pudimos ponernos de acuerdo, aunque fuera para irnos todos a dormir y echar un sueñecito reparador. La mera idea de regresar a la residencia de estudiantes me aterraba, así que sin mucha discusión concertamos que me quedaría a dormir en casa de Hoydt y Jane, en su habitación de invitados que ya empezaba a tomar la imagen de una habitación infantil. Calibán y Mark, por su parte, se marcharían a casa de Ethan, ensayando lo que parecería una representación esperpéntica de una fiesta de pijama.
Bostezando y con unas ojeras que nos llegaban hasta el suelo, los chicos se adelantaron para llamar al ascensor, pero antes de que se fueran conseguí quedarme a solas con Mark. El militar avanzaba ya hacia la puerta de la entrada cuando, en un movimiento sorprendentemente rápido para lo agotada que me sentía, le conseguí asir la manga de la chaqueta y le arrastré de ella hacia la cocina, donde Jane y su marido habían estado discutiendo sólo unas pocas horas antes.
-¿Qué pasa? –Me preguntó él al ver que yo titubeaba.
-Me parece tan ridículo darte las gracias por “salvarme”
–respondí del tirón, mirándome los pies aun enfundados en unas converse
gastadas y sucias.- Pero tengo que darte las gracias. Quiero darte las gracias. Por salvarme la vida…
Le miré de reojo lo justo para ver que esbozaba una media
sonrisa. Alargó la mano derecha hacia mí y me atrajo hacia su pecho,
abrazándome después. Cerré los ojos mientras me reconfortaba con su cuerpo
ancho y cálido, como envuelta en una especie de ambiente reparador. Entre sus brazos por fin sentí que podía estar a salvo, aquellos brazos que me habían sacado de una escena dantesca, que me habían sostenido cuando mis piernas no podían. Siempre podría contar con Mark. Me deleité inspirando su aroma corporal, fuerte y masculino, pero en ningún modo desagradable. Sin embargo, una lucecita parpadeante en mi mente me impidió relajarme. Si respondía al abrazo, Mark podría hacerse una idea equivocada, así que en lugar de rodearle con mis brazos me mantuve tensa contra él. No podía dejar que se hiciese una idea equivocada sobre lo nuestro porque... bueno, no quería y punto.
Había una pregunta que me rondaba la cabeza desde hacía un par de
horas, desde que la adrenalina por el ataque se me había bajado hasta los pies, pero no me atrevía a formularla en voz alta. ¿Por qué había venido a por
mí? Si había vuelto para advertirnos del peligro ¿por qué había llegado primero
a mi residencia? Además, tan oportunamente. Y tan rápido, ni siquiera había ido
a su propia casa. ¿Por qué? ¿Por qué yo?
Sabía la respuesta a aquellas preguntas, pero sentía que necesitaba que él me
respondiera. Si Mark no me decía lo que yo sospechaba, siempre quedaría la
incógnita y esta acabaría matándome.
Pero por otro lado, si las formulaba, y la respuesta era la
esperada… no sabía cómo podría cambiar todo. ¿Qué pasaría? ¿Viviríamos un
tórrido romance? Había visto demasiadas parejas comenzar y romper como para
saber que no podríamos continuar siendo amigos. Y desde luego no sería yo quien
destruyera aquel valioso equilibrio que habíamos formado entre todos.
Así pues, dejé que su aroma, su calor y su abrazo me
reconfortaran durante unos valiosos segundos hasta que me deshice de él, empujándole suavemente con mis manos.
-Mark –murmuré después, tratando de deshacer el nudo que se
me había formado en la garganta- de verdad, quiero ir. No me dejéis fuera, por
favor.
El chico negó con la cabeza, entrecerrando los ojos. Alargó
los dedos para acariciarme la cara, mientras deslizaba el muñón de la otra por mi
cabello. Me dejé hacer, pero Mark se miró el miembro amputado y cambió la
expresión de su rostro. Ceñudo, retiró todo contacto conmigo. Me mordí el labio
inferior, pude adivinar que aún se avergonzaba por la falta de su mano. Quizá,
también pensó que la infiltración sería demasiado peligrosa para mí, recordando su propia
experiencia. Mark negó con la cabeza, mientras reemprendía la marcha hacia la
puerta, donde le esperaban los otros chicos, tratando de hacer ver que no habían presenciado aquel íntimo momento. Mirando a todas partes menos a nosotros nos demostraban que, efectivamente, habían sido testigos de todo. Beh, que saquen sus propias conclusiones, ni que me importara.
-¡Mark! -Insistí.
-¡Mark! -Insistí.
-No, ya lo hemos hablado. Te quedas con Jane.
-¡Pero Jane se va! –Exclamé yo.
-Hemos decidido que Jane te dejará en el hospital con Jason
cuando se vaya –aclaró Ethan a su espalda- así podrás cuidar de él.
-Pero Jason está con su padre ahora –murmuré.
Joder, sabía que era la menor de todos ellos, pero odiaba
que me trataran como si fuera una especie de hija rebelde o hermana pequeña
descarriada. No era una adolescente estúpida, al fin y al cabo era una mujer
adulta y aunque no fuera famosa por tomar precisamente las mejores decisiones, al menos eran las mías, e iba a defenderlas a capa y espada.
-Voy a ir –respondí con firmeza. Jane me dirigió una mirada
que me hizo sentir como… en fin, su hermana pequeña.
-Jay, no. Ellos aún tienen alguna fuerza física, pero tú
pierdes el aliento subiendo las escaleras del portal –me espetó duramente.
Agaché la mirada, humillada- No vas a ir, y te diré por qué: porque, de
primeras, en cualquier momento cotidiano te bloqueas si se te plantea una situación difícil, aunque sea de lo más tonta, así que serás
incapaz de hacer algo a derechas en un momento peligroso de verdad; y de
segundas porque no voy a poner en peligro la vida de mi marido por tu
incompetencia. Métete esto en la cabeza:
en estas circunstancias eres una inútil total, así que mejor no hagas nada,
porque en todo caso sólo lo estropearás todo.
Me mordí de nuevo el labio inferior, evitando las lágrimas.
Joder con Jane. Vi que Hoydt le ponía una mano en el hombro y la reprendía con
la mirada, pero ella continuaba firme en su postura: No iba a ir porque la
cagaría. Vale, el mensaje quedaba claro. Sabía que no quería herirme, pero aun
así empujé a Calibán para abrirme paso hacia el balcón, y allí me refugié de
las miradas de los chicos para poder llorar sin sentirme humillada. Me senté en
el suelo, enterrando la cabeza entre mis brazos, y lloré. Lloré por todos los
acontecimientos de la semana, por Jason y por mí, especialmente por mí y por lo incompetente que me sentía en
aquel momento. El pueblo entero necesitaba mi ayuda, yo era la protagonista de
mi propia serie y no era capaz de hacer nada.
Me sorbí los mocos ruidosamente, atrayendo a una de las
perras con el sonido. El pastor alemán, Blackie, me olisqueó el pelo,
arrancándome una sonrisa. Alargué los brazos para rodearle el cuello y lloré
contra su pelaje. A los pocos minutos escuché que se abría de nuevo la puerta
del balcón y me limpié las lágrimas con las manos rápidamente.
-Jay… -murmuró Hoydt, aproximándose lentamente- ¿estás bien?
-Aja –asentí con voz pastosa. Me volví para que no viera mi
cara enrojecida por el llanto- No te preocupes. Idos a dormir.
-No es por eso –el chico arrastró una silla y se sentó
frente a mí, sin saber muy bien qué decir. Yo me levanté, pero continuaba
apoyada contra la pared, mirándome los pies- No te enfades con Jane, ¿vale?
Está muy nerviosa con todo esto.
-No estoy enfadada con Jane –respondí, esbozando una sonrisa
irónica, ¿y quién no estaba nervioso en aquel momento? Jane era demasiado
efusiva, pero quizá yo era demasiado sensible. Aunque sería injusto que tuviera que disculparla a ella por estar nerviosa la misma noche en la que yo misma había sido atacada. Si alguien merecía estar susceptible y sensible, esa era yo. Pero como no tenía un marido que me defendiera, supongo que se me privaba de ese privilegio. Vaya mierda.
-Me ha superado el momento, eso es todo -concluí.
-Me ha superado el momento, eso es todo -concluí.
-¿De verdad querrías venir mañana? –Preguntó él, mirándome a
los ojos. Suspiré, a Hoydt no podía mentirle.
-No, no quiero ir. Después de lo de esta noche, la mera idea
de toparme con… yo qué sé, con El Mandarín, me acojona muchísimo. Pero si hay
algo que me acojona más que ir, es quedarme aquí sin saber qué os puede estar
pasando a vosotros.
Hoydt se pasó una mano por el cabello, revolviéndose el
flequillo.
-No te preocupes –añadí, viendo que el chico no sabía qué
responder- no intentaré ir por mi cuenta. Sabes que soy demasiado cobardica
para eso.
Sí, soy la protagonista más patética desde que se escribiera
la Conjura de los Necios. Pero podía ponerle remedio a aquello, pensé mientras
Hoydt me acompañaba al interior de la casa. Al menos yo era consciente de que
lo era.