Calibán

Se despertó súbitamente, como si hubiese soñado que caía de un precipicio. Se despertó y se incorporó, con el pulso acelerado y recubierto de un sudor frío. Le costó enfocar la mirada, pues a su alrededor todo era confuso, los bordes de las cosas se desdibujaban y movían sin ningún sentido. Después de unos minutos de intenso desconcierto, se dio cuenta de que se encontraba en mitad de una especie de parque infantil. La hierba recién cortada se extendía bajo él y hasta donde le alcanzaba la vista. Unos columpios, al fondo, se mecían con una brisa inexistente. Todo estaba vacío. Reinaba el silencio, sólo roto por el sonido de su respiración agitada, acompañada por un terrible dolor de cabeza que le oprimía las sienes. Nada parecía moverse allí, y la ansiedad creció en su pecho cuando se le pasó por la cabeza que parecía estar dentro de un cuadro.


Pero lo peor, sin duda, era el cielo. No era de un azul profundo como cabría esperar de un alegre día veraniego. Era rosado, de un rosa sucio, oscuro, lleno de nubes. Como un amanecer en el infierno.
Se levantó lentamente. Se sentía mareado, pero a la vez sentía como si se encontrara en un sitio conocido. Esa sensación extraña de dejà vu. Para cuando quiso darse cuenta, alguien se acercaba en la lejanía. Era una figura delgada, con el cabello corto y revuelto, muy negro y con algunas canas pinceladas prematuramente. Bajo unas gruesas gafas de pasta negra, se adivinaban unos ojos oscuros. La barba de chivo negra le remataba una mandíbula fina, en una cara por lo demás pequeña. Calibán se sintió aún más mareado cuando vio que la persona que se le acercaba era él. Asustado, retrocedió unos pasos.
-¿Quién eres tú? –Preguntó, con una voz menos firme que la que pretendía.
-¿Yo? –Respondió aquel recién llegado- Yo soy Calibán.
-No, no –negó el chico, haciendo aspavientos con las manos- No, Calibán soy yo.

Aquel extraño Calibán avanzó hasta ponerse frente a él. Frente a frente, como dos gotas de agua, le miraba con unos ojos decididos e incluso un poco fieros. Aunque tenían la misma altura, Calibán comenzó a sentirse más pequeño.
-No, Calibán soy yo –repuso el otro, con una media sonrisa.
-No es posible.
-¿No lo es?

El extraño Calibán hizo un gesto con la mano, mientras su gemelo desconcertado y boquiabierto miraba a su alrededor. Aquel extraño parque de cielo rosado desapareció, para dejar paso al patio de un colegio. Allí, Calibán reconoció una escena familiar, pues aparecía en muchas de sus pesadillas. El patio estaba casi desierto, a excepción de un grupo de chicos al fondo. Se trataba de tres chicos de unos catorce años, rodeando a un cuarto que estaba tirado en el suelo. Éste era pelirrojo, y tendría poco más de doce años. Su cuerpecito delgado y aún por desarrollar se encogía en posición fetal, tratando de no recibir más patadas. Lloraba.

Escondido, Calibán pudo ver a otro niño. Este se encontraba detrás de un arbusto que rodeaba la pista. Le temblaban los hombros, y sollozaba en silencio mientras observaba a los otros chicos dándole la paliza a su amigo.
-¿Reconoces esto? –Preguntó Calibán a su gemelo.
-Sí… -murmuró él.
-Ese que está en el suelo es tu mejor amigo, ¿verdad? Y ese de allí –señaló al muchacho escondido- Eres tú.
-¿Y qué podía hacer? –Se defendió el muchacho, apartando la mirada del cabello pelirrojo que sobresalía por entre los matones, que reían mientras le propinaban alguna que otra patada- Tenía once años…
-Claro, qué podrías hacer tú –respondió el otro, con un tono de voz jocoso- eras un débil niñito que sólo pudo observar mientras reventaban a su amigo. ¿Quieres saber qué podrías haber hecho?

Calibán comenzó a caminar hacia los matones, que reían ahora, felicitándose con palmadas en la espalda. El muchacho avanzó hacia ellos, cogiendo una piedra por el camino, y tocó en el hombro del más grande. Cuando este se giró, le estampó la piedra en la cara, destrozándosela. Los demás se quedaron parados durante unos instantes, antes de arremeter contra el muchacho, que se defendió con los puños desnudos. Consiguió apresar el brazo de uno de ellos y le dislocó el codo de un golpe, haciendo que el matón cayera al suelo gritando desgarradoramente. Al otro le dio un codazo en la mandíbula, y esta se salió del sitio. Cayó al suelo inconsciente. Cuando acabó con todos los oponentes, regresó frente a Calibán, frotándose lentamente la sangre de las manos.
-Eso es lo que podrías haber hecho. Lo que deberías haber hecho.

El chico se quedó callado. Le temblaban las manos, y sintió que un sudor frío le había empapado el cuerpo. Aquella paliza, aquella brutalidad… le dio náuseas.
-Pero eras un débil niñito. Eres un débil niñito, ¿verdad?

De nuevo todo cambió a su alrededor. Frente a él se desarrollaba una escena que creía olvidada. El Calibán de quince años lloraba al ver cómo la chica de la que había estado perdidamente enamorada se iba con otro. Sintió cómo la mano del otro Calibán se posaba sobre su hombro.
-Ahí ya no teníamos diez años ¿verdad? Teníamos quince. Podrías haber hecho algo, en lugar de observar, de ver cómo ella se iba con otro. ¿Recuerdas lo que hiciste después? Te hiciste una paja pensando en ella, mientras llorabas. Eres patético.
-Pero…
-“Pero…” –le imitó, con voz burlona- Podías haber hecho tantas cosas, podrías…

Calibán se sintió de nuevo más pequeño, mientras veía al otro avanzar hacia la pareja, que se besaba al fondo. Les separó de un gesto brusco, le dio un puñetazo al chico en un ojo, y luego cogió a la chica del brazo y la arrastró. Ella gritaba y trataba de zafarse de su fuerte mano. La arrastró junto a Calibán, quien los miraba. Las manos le temblaban incontroladamente cuando vio que su gemelo cogía a aquella chica y la besaba, a pesar de que ella se resistía.
-¿Quieres? –Le preguntó, cogiéndole la cabeza a la joven entre las manos. Calibán tragó saliva, y luego negó con la cabeza.

La chica desapareció lentamente. Ahora, aquel cielo rosado plagado de nubes les rodeaba, como si flotaran en el espacio.
-¿Lo ves? Ni siquiera eres capaz de coger lo que es tuyo. Tú siempre vas a ser un niño que se esconde. Siempre vas a ser el segundo plato, el rechazado. No tienes lo que hay que tener para reclamar lo que es tuyo. No tienes nada. No eres nada. YO soy el verdadero Calibán. Y tú no eres nada.

Definitivamente, Calibán había reducido su tamaño. Lo veía todo como si tuviera de nuevo once años, las cosas estaban demasiado altas para él. Todo era demasiado grande para él. Tenía razón, no era nada. Nada de lo que había aprendido le había servido después. No tenía nada. No era nadie. Calibán no existía. Y si Calibán existía, definitivamente no era él.
-Ahora desaparece, impostor. Vuelve al olvido, de donde nunca debiste salir.

Vio que el otro Calibán sonreía, y decidió darse la vuelta lentamente. Comenzó a caminar, con pasos pesados y dubitativos, hasta que de pronto se detuvo.






-No.
-¿Cómo has dicho?
-No –repitió Calibán, borrando la sonrisa de la boca a su gemelo. Se volvió hacia él- Calibán soy yo. He visto cómo le han dado esa paliza a Ethan. Y hoy, ahora mismo, le voy a poner remedio. No voy a dejar que vuelva a pasar nada de eso.
-Eres débil.
-No soy débil. Ahora no. Yo soy Calibán, y tú sólo eres un ser extraño que quiere tomar posesión de mí.

De pronto, el otro Calibán retrocedió un par de pasos, y el contorno de su figura comenzó a desdibujarse.
-¿Qué crees que estás haciendo? Eres sólo un impostor, no puedes hacer nada contra mí, yo soy el real, soy el fuerte. ¿Crees que puedes combatir contra esto? -Ante sus ojos, su figura se ennegreció y estiró hasta hacerse cada vez más grande, aterradora. Su piel se cubrió de escamas de un negro profundo que brillaban con la luz, y sus ojos se tornaron blancos como la nada.

Una vez transformado, el ser lo embistió con toda su fuerza, y antes de que pudiera darse cuenta, los anillos de aquella gigantesca serpiente se habían cerrado en un fuerte lazo a su alrededor. No podía moverse, y el abrazo de aquel reptil se cerraba cada vez mas, oprimiéndole el pecho y los pulmones.
-¿Lo ves? Eres débil. Ni siquiera puedes defenderte a ti mismo. Ahora haz el favor de morirte.
-Puedes intentarlo. Pero te aseguro que no te será fácil. -Haciendo acopio de toda su fuerza, Calibán pudo liberar sus manos de la presa de la serpiente, y las alargó a toda velocidad hacia el cuello del reptil, asiéndolo con todas sus fuerzas.-Ahora mando yo. Todo lo que has dicho es cierto. He sido débil, he sido nada, pero ahora tengo un motivo para ser fuerte. No te permitiré vencer, monstruo. Yo tengo posesión de mi cuerpo.
Ahora, Venom, ¿qué vas a hacer?