Tirada y encerrada en aquella habitación del geriátrico, maniatada y asustada, conseguí incorporarme tras un poco de forcejeo con mi cuerpo adolorido hasta quedar sentada sobre el suelo. Tenía las muñecas unidas pero podía utilizar las manos,
así que gateé hasta llegar a la altura de Ethan, que también reposaba, tumbado de lado, sobre las baldosas polvorientas del suelo. Mis lágrimas aún salían en
tropel de mis ojos, y mis sollozos se acentuaron al ver la terrible hinchazón
de su cara, su ojo amoratado y el labio partido. Le toqué delicadamente, pero
sólo sirvió para arrancarle un gruñido de dolor.
-¿Te duele? –Pregunté, sin saber muy bien qué decir.
-¿A ti qué te parece?
-Lo siento, Ethan. Lo siento mucho –sollocé, mientras le levantaba con cuidado la cabeza y delicadamente la apoyaba sobre mi regazo. Le acaricié el
pelo, tratando de consolarle.
-No tienes por qué –masculló el chico, cerrando el ojo
bueno- Lo siento yo. Por mi culpa os han cogido. Joder, yo les he dicho quiénes
erais. Mierda.
-No pasa nada –susurré- No pasa nada. Te estaban pegando, yo
tampoco habría aguantado.
Al poco rato, me sobresaltó de nuevo el sonido de la puerta
al abrirse. Comencé a temblar como una gelatina en un terromoto antes de ver de nuevo a Dientes
de Sable avanzar hacia nosotros. Juggernault iba con él. Joder, era
enorme. Me sorprendía que el pavimento resistiera bajo su peso. Eché una mirada
a Ethan, quien a su vez lo observaba con la boca abierta. Era jodidamente grande, como
cuatro personas juntas. Enorme y apestoso como el gimnasio de un instituto. Cubría
su cabeza con un casco reluciente que lanzaba destellos bajo la luz del sol, y
nos miraba desde una enorme cara de bobalicón.
Avanzaron hacia nosotros. Si Dientes de Sable no había tenido
problemas en cogerme y transportarme como si fuera una muñeca, Juggernault
directamente no pareció ni notar mi peso. Fue como si cargara una hoja de
papel, o simplemente nada. Me cogió con sus enormes manazas y me alzó como si
fuera un mero saco de patatas. El mutante repitió el proceso con Ethan, dejándolo
caer sobre su espalda. Ambos, sin ofrecer resistencia, fuimos transportados de
nuevo, esta vez escaleras abajo, hasta llegar al semisótano.
-¿A dónde los llevamos? –Preguntó Juggernault.
-Abajo –gruñó Dientes de Sable, al parecer sin ganas de
hablar.
-¿Pero abajo no está el portal? –Insistió Juggernault. Alcé
la cabeza. Dientes de Sable se volvió hacia él, gruñéndole en una reprimenda
animal.
Levanté la cabeza para mirar a Ethan, quien tenía los ojos
cerrados. ¿Se habría enterado de lo que acababa de revelar accidentalmente Juggernault? ¿Que el portal estaba en el sótano? ¿Por
qué nos llevaban allí, entonces?
-¿Pero por qué los llevamos abajo? –Juggernault no parecía
haberse amedrentado con el gruñido de Dientes de Sable, quien puso los ojos en
blanco.
-Porque los jefes quieren verlos.
-¿Los jefes? –Preguntó Ethan, aún con los ojos cerrados.
Hizo una mueca cuando el mutante le clavó las garras en la pierna.
Ninguno profirió palabra alguna durante unos minutos, en los
que recorrimos más y más pasillos. Algunas bombillas titilaban en el techo, y
otras estaban directamente reventadas. La pintura se caía de las paredes a
trozos, y los tramos que aún conservaban parte de la antigua pintura, se habían llenado de graffitis y
marcas de pies y manos. Llegados a un punto, me dio la impresión de que
nuestros guías se habían perdido. Sin embargo, no dejaron de caminar en ningún
momento, y ninguno dijo palabra alguna. Aproveché para echar vistazos rápidos a
todas las habitaciones que había abiertas. Si encontraba la que daba al portal…
-Qué calladitos estáis –dijo Juggernault, mientras
atravesábamos una puerta. Una losa del pavimento cedió bajo su peso.
-No estoy callada –repliqué, envalentonada- simplemente
escucho.
-¿Qué escuchas? –Insistió la enorme mole. Mis manos chocaban
contra su pecho, y mi estómago, tenso, se contraía bajo su hombro. Con una
manaza me agarraba del trasero para que no me deslizara por su espalda.
-Escucho para ver cuánto tardarán en llegar los militares.
¿Os creéis que somos tan tontos como para haber venido sólo nosotros dos?
Nuestros amigos habrán pedido refuerzos, sabemos quiénes sois y dónde estáis.
El ejército estará aquí dentro de nada.
-¿En serio?
-Sí, y por muy fuertes que seáis, no podéis hacer nada
contra misiles y ametralladoras. Os vais a cagar, seguro que están al caer,
seguro…
Aún tenía la boca abierta cuando Dientes de Sable abrió una
puerta frente a nosotros. Tenía la boca abierta, pero todo sonido había muerto
en mi garganta. Porque allí, en el suelo, estaban Hoydt y Mark, con las manos
atadas a la espalda. Mark tenía un pómulo hinchado, y el hombro de Hoydt se
encontraba en una posición antinatural. Ambos levantaron la vista cuando el
mutante abrió la puerta, y nos dirigieron la misma mirada de pánico. Mark me
miró de hito en hito, con una expresión que iba desde la sorpresa hasta el
enfado. Por el rabillo del ojo vi que Juggernault sonreía.
-¿Decías, princesa? –Comentó, mientras me dejaba caer sobre
el suelo, al lado de mis amigos.
Dientes de Sable descargó a Ethan sin ningún cuidado, y
luego se dirigió hacia Mark cogiéndole del cuello de la camiseta, como había
hecho la noche anterior conmigo. Le levantó sin esfuerzo hasta tener su cara a
escasos centímetros de la de mi amigo.
-No eres tan valiente sin un arma en las manos, ¿eh,
cachorrito?
-¿Seguro que podrás pegarme? No soy una mujer –Mark le miró
directamente a los ojos, sin dejarse amedrentar.
Nos giramos hacia él con aprensión. Si no hubiese sido una
situación tan jodidamente peligrosa, me habría reído. Dientes de Sable le
apretó el cuello de la camiseta y le gruñó a escasos centímetros de la cara.
Miró de reojo a Juggernault y, aunque pareció costarle el esfuerzo de toda una
vida, le soltó. Mark cayó pesadamente sobre el suelo, mientras el mutante salía
enfurecido de la habitación.
Juggernault le siguió con aquellos enormes y pesados pasos y
cerró la puerta tras él. Escuchamos el sonido del cerrojo moviéndose desde
fuera. Cuando dejamos de oír ruido alguno al otro lado, suspiré.
-¿Qué coño haces aquí? –Me espetó Mark, sentándose
dificultosamente.
-Ha sido culpa mía –replicó Ethan desde el suelo. Hoydt se
aproximó a él y le ayudó a incorporarse, mientras le revisaba las heridas de la
cara. Sin embargo, su primo le sacudió de un gesto. Estaba enfadado, enfadado
consigo mismo- Les di vuestro número de teléfono.
-¿Cómo dices?
-Le torturaron –aclaré yo- para que les diera nuestro
número.
-No, no me torturaron –replicó el chico, cerrando el ojo
sano. Frunció el ceño- No me torturaron, sólo me pegaron un poco. Y yo se lo
dije todo, por mi culpa estáis todos aquí.
-No es culpa tuya –repliqué, poniéndole una mano sobre el
hombro- No es culpa tuya, Ethan. Vale, igual no te han clavado astillas bajo
las uñas, pero joder, una hostia de Dientes de Sable es una buena hostia. Te lo
digo en serio, recuerda que yo ya me he topado con él antes. –Suspiré ligeramente
cuando vi que el chico no decía nada más. Luego, me dirigí al resto- Yo ya
estaba por los alrededores cuando me llamó, así que toda la culpa no es suya.
-¿Y qué hacías aquí? Están evacuando la ciudad. Deberías
estar con Jason –Insistió Mark, enfadado.
-¡Ya lo sé! Pero joder, no podía dejar… sois mis amigos,
¿vale? ¿Cómo os sentiríais vosotros si yo tuviera que arriesgar la vida por todo
el pueblo, y vosotros os quedarais de brazos cruzados? Simplemente no podía.
Jadeé después de soltar aquel discurso. Dios, era tan
injusto. Yo sólo quería ayudar, y ahora Mark se había cabreado conmigo, Ethan y
Hoydt estaban heridos, y todo estábamos encerrados en una habitación abandonada
con olor a humedad. Mantuvimos un silencio tenso durante unos minutos, hasta
que Hoydt lo rompió.
-Chicos, no discutáis –el muchacho se puso en pie con cierta
dificultad, jadeando a causa del dolor que le provocaba su hombro dislocado.
También tenía las manos atadas a la espalda, y aquello le causaría aún más
dolor. Yo era la única a la que le habían atado las manos por delante, así que
le ayudé- Lo que deberíamos hacer ahora es buscar un plan de escape, eso es
todo.
-El portal está aquí abajo –dijo Ethan de carrerilla, como
si llevara tiempo preparando aquella frase- ¿por qué no lo cruzamos?
Ninguno respondió, pero el corazón me dio un brinco en el pecho.
Cruzar el portal. Ni siquiera me permití escandalizarme. Desde que Deadpool me
había dicho que habían cruzado por un portal, en mi mente se había gestado la
idea de hacer el camino contrario. Al fin y al cabo, aquello sucedía
frecuentemente en los cómics. ¿Qué podía ir mal?