Hablar más que unos cuantos dedos rotos

Él era Pedro, y se encontraba completamente solo desde hacía un par de horas. La noche anterior había salido a vigilar inocentemente su Dominio, y se había encontrado con aquel moro. Sólo quería comer. Jamás habría pensado que un vampiro fuera a hacer su aparición en aquel pueblo dejado de la mano de Dios. Precisamente fue por la ausencia de cainitas por lo que se había mudado allí. Sin competencia, sin control, sin órdenes. Los humanos le trataban como a un cacique, y a cambio él no los mataba. Así había sido durante los últimos treinta años, y todo había salido a pedir de boca. Hasta que se le ocurrió joder al tío equivocado.

Así pues, sin saber exactamente cómo, había acabado atado a una silla, amordazado con cinta adhesiva y a oscuras en el garaje de una vieja en cuya casa se habían colado. Aquel animal la había buscado hasta dar con ella en su habitación, y se la comió hasta matarla.

De pronto, el mecanismo de la puerta del garaje comenzó a hacer ruido, y ésta empezó a levantarse. Sí, el tío tenía tantos huevos que le había atado de pies y manos en un garaje que daba a la calle. Cualquiera podría oírlos, aun con la puerta cerrada. Pero, recordó, desafortunadamente estaban en uno de esos pueblos donde la gente prefiere no hacer preguntas. Eso era lo que le gustaba de allí.

Cuando se abrió la puerta del todo pudo ver al hombre que le había secuestrado llevando a otra persona a rastras. Yasshiff tanteó en busca del interruptor de la luz, y cuando lo accionó, pudo ver que le había dado una buena paliza hasta dejarlo inconsciente, como a él. Pero parecía que aún vivía. Bueno, si vivir es la palabra correcta, pues cuando le tiró en la silla que tenía al lado se dio cuenta de que también era un vampiro. ¿De dónde lo habría sacado?

Aquel hombre comenzó a atarlo completamente en silencio, mientras la puerta del garaje, parsimoniosa, se cerraba a su espalda. Yasshiff hizo caso omiso de los gemidos, lamentaciones y maldiciones del vampiro que había secuestrado, mientras ataba al recién llegado. Cuando acabó, se tomó su tiempo contemplándolos a ambos hasta que cogió un cubo de agua y se lo lanzó al vampiro inconsciente.

Con el contacto frío de ésta, la figura se despertó de golpe, lanzando un grito, mezcla de sorpresa y pánico. Yasshiff, sin perder ni un solo momento su expresión neutra, se quitó la chaqueta y la dejó sobre una mesa de herramientas. Cuando se volvió, se dio cuenta de que ambos secuestrados le miraban con una expresión de odio y desconcierto. Se dio cuenta de que si en algún momento, alguno se soltaba, le matarían a golpes. Yasshiff sonrió. Que comience la danza…

Después de un rato, el árabe se tomó unos minutos para descansar y lavarse las manos con un paño. No sirvió de mucho, pues había estado lavándose con él toda la noche, y ahora estaba más sucio que él mismo. Después, dirigió una mirada hacia las dos personas que le acompañaban. Uno de ellos, el que había secuestrado la noche anterior, le miraba con ojos desorbitados. Tenía salpicaduras de sangre por toda la cara, aunque no eran suyas. Le había puesto de frente para que no perdiera detalle. El otro, secuestrado aquella misma noche, colgaba sujeto sólo por las cuerdas que le ataban a la silla. Estaba hecho una puta mierda.

Había empezado arrancándole los colmillos con unos alicates. Después, le había golpeado con los puños desnudos hasta que su cara se había convertido en un amasijo deforme de carne, piel y huesos. Aún vivía, claro, el muy terco seguía gastando sangre inútilmente para curarse. Pero le quedaba poca, y cada vez menos. Dejó el paño sobre la mesa. El vampiro al que había golpeado le observó mientras avanzaba de nuevo hacia él, sin fuerzas para seguir resistiéndose. El otro vampiro, sin embargo, continuó gritando, con la esperanza de que alguien les oyera desde la calle. Pero afortunadamente estaban en uno de esos pueblos donde la gente prefiere no hacer preguntas.

Yasshiff continuó golpeando al desdichado durante varias horas más, hasta que de pronto el cuerpo del vampiro se estremeció y se consumió como una cerilla. Bajo el puño del árabe se había convertido en poco más que un esqueleto, con algún rastro de piel sobre los huesos. Lo cierto es que le sorprendió, pues todos los vampiros a los que había matado se habían convertido en ceniza al morir. Jamás había matado a un neonato tan joven.

Después de ver cómo se convertía en poco más que una momia, regresó a la mesa para lavarse de nuevo las manos con el trapo. Aunque, de nuevo, no sirvió de mucho. Después, avanzó hacia el otro vampiro, que le miraba aterrorizado, y le quitó la mordaza de la boca de un tirón.
-¿¡Por qué has hecho eso!? –Exclamó. Yasshiff estaba seguro de que, de haber tenido un aparato digestivo activo, aquel hombre se habría cagado encima. No sería la primera vez que causaba aquel efecto.

-Me parece que, en un interrogatorio, el que hace las preguntas es el que no está atado –respondió el, mirando distraídamente los alicates con los que le había arrancado los colmillos al otro.
-Pe…pero es que no le has hecho ninguna pregunta –respondió el vampiro, tembloroso, mirando hacia el cadáver momificado.
-¿Mm? Ah, ya. No, lo de ese es porque estaba cabreado. –Yasshiff se levantó de golpe- Ahora empieza el interrogatorio.

La vieja a la que le había “tomado prestado” el garaje no tenía mucha ropa de hombre, pero al menos pudo cambiarse la camiseta cubierta de sangre,  por una camisa relativamente nueva, y desde luego mucho más limpia. Salió de la casa arrastrando los cuerpos por la ropa y los metió en la parte de detrás de una camioneta que había robado en el pueblo.

El vampiro al que había interrogado no había dicho mucho, sobre todo “por favor” y “puto cabrón”, pero algo había podido sacar en claro: hacía unos días que había llegado un vampiro a la ciudad. Había llegado hacía pocos días en un avión privado y había contratado a un par de muchachos, unos mafiosetes de tres al cuarto, para un trabajo que él no conocía. Después había desaparecido igual de rápido que había llegado, dejando atrás los cadáveres de los chicos contratados. El vampiro venía de Nueva York. Estaba lejos de cojones.

Yasshiff arrancó la camioneta con la intención de abandonar los cuerpos en el desierto antes de que saliera el sol, aunque iba un poco apurado. Había tenido que conducir hasta el pueblo vecino para encontrar otro vampiro, y luego el interrogatorio había durado más de lo previsto. Suspiró, mientras se sacaba un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta y se lo encendía. Se había estado comportando como un capullo. Se había dejado llevar por los nervios, y no pensaba con claridad. Necesitaba concentrarse y centrarse en lo que realmente se le daba bien: partir cabezas. Y joder si se le daba bien.