Robin se miraba los pies,
incómoda, mientras los demás discutían a su alrededor. Quiso decir que no era
para tanto, que estaban todos un poco borrachos y que a la mañana siguiente
lamentarían la mayoría de cosas que estaban diciendo, pero prefirió guardar silencio
y mirarse los pies enfundados en unas botas de piel sintética que le había
robado a su madre y con las cuales le costaba moverse. Avergonzada, pensó que
la gente la vería caminar como una especie de velocirraptor con serios
problemas psicomotrices.
Finalmente, y confirmando las
peores sospechas de Robin, Neal y Brad se envalentonaron y se agarraron de las
camisetas, gritándose a escasos centímetros de la cara del otro. Inmediatamente
Kim y Robert corrieron a separarles, como impulsados por un resorte o como si
Bruce, inmóvil tras ellos, les hubiese pinchado el trasero con un alfiler, al
más fiel estilo Cartoon.
Kim apartó suavemente a Neal,
pero con la dura mirada de una novia a la que no le gustan los numeritos.
Robert, por su lado, inmovilizó a Brad con la fuerza de sus brazos y le apartó hacia
un rincón. Nerviosa, Robin miró hacia el inmóvil Bruce, que le devolvió una mirada
incómoda y desconcertada, con las pupilas muy dilatadas. Robin puso los ojos en
blanco –genial, Bruce, eres de muy buena ayuda cuando estás colocado- y luego
dirigió la vista hacia Robert y Brad. El primero había soltado al segundo y
ahora tenía una mano sobre su hombro. Le hablaba quedamente, con gesto serio, y
Robin fue incapaz de escucharles, debido en parte a la lejanía, debido en parte
a la fuerte música que aún salía de los bafles que había junto a ellos. La
gente, que no se había enterado de la pelea, seguía bailando, y algunos empujaron
a Robin al pasar.
Finalmente ella vio que Brad
empujaba a Robert y salía del local. Robert, con gesto aún más enfadado, fue en
dirección contraria. Robin titubeó, descargando el peso de su cuerpo en una
pierna y en otra alternativamente. Después dirigió una última mirada hacia
Bruce, que ya había ido a hablar con Neal, y decidió seguir el mismo camino que
había tomado Brad.
El chico había pasado una semana
horrible, entre los exámenes y el trabajo en la fábrica de su padre, pensó
Robin. La muchacha sabía que aquella pelea con su hermano había estado fuera de
lugar, pero aun así no quería dejarle solo. Al fin y al cabo, estaba borracho y
podía hacer una tontería, o hacerse daño.
Una vez salió al frío aparcamiento
se estremeció y buscó a Brad con la mirada. Le encontró peleando con las llaves
de su coche, y ella corrió hacia él. No podía conducir en esas condiciones.
-Brad –le llamó suavemente,
deteniendo la carrera al llegar a su lado.
-¿Qué quieres? –Farfulló el otro,
escudriñando el llavero con la vista, tratando de encontrar la llave que
encajara.
Ella se las quitó de las manos y
metió la llave correcta en la cerradura. Sin embargo, apartó a Brad y abrió una
de las puertas traseras.
-¿Por qué no te echas una
cabezada hasta que lleguemos todos? –Preguntó suavemente. No le gustaban los
borrachos, la ponían nerviosa y al final de la noche se sentía como una niñera,
sólo que nadie le pagaba. Sin embargo, se resistía a la idea de dejarle solo.
Le ayudó a meterse en el coche y
después, con un titubeo, ella se sentó junto a él. Se quedaron en silencio
durante unos instantes, mientras se quitaban los abrigos y los dejaban sobre
las alfombrillas. Después, Brad se dejó caer pesadamente sobre el asiento, con
la cabeza cómodamente colocada sobre el regazo de Robin. Ella se sobresaltó,
pero no le apartó. En su lugar, le acarició el cabello amorosamente, tratando
de consolarle. Sintió que el chico se relajaba casi al instante, y también
sintió, para su pesar, el cálido aliento de Brad rozándole los muslos cada vez
que expiraba. Su corazón comenzó a bombearle rápidamente, y un calambre le
descendió desde el pecho hasta la entrepierna, donde una especie de ola de
calor empezó a regarla por dentro.
Robin dejó escapar el aire
retenido en su pecho mientras cerraba los ojos. Qué estupidez excitarse por
algo así. Sin embargo, era cierto que aquel era el contacto más íntimo que
había habido entre ellos. El más íntimo y el único, jamás se tocaban. De hecho,
siempre había pensado que ella suscitaba en él una especie de aversión o antipatía,
pues jamás le dirigía la palabra directamente si no era para reprenderla por
algún comentario estúpido. Pero ahora…
Robin trató de distraerse
concentrándose en el cabello corto y suave del chico entre sus dedos. Sin
embargo, se sobresaltó de nuevo al sentir la mano de Brad ascendiendo desde su
rodilla hasta su muslo, rozándole delicadamente. Vio que tenía los ojos
abiertos y registraba cada centímetro que tocaba. Ella retiró los dedos de su
cabello y movió las piernas, esperando que su amigo retirara su cabeza. Él lo
hizo, pero en su lugar se inclinó sobre Robin. La miraba directamente a los
ojos, con la expresión sorprendida de quien hace un descubrimiento estúpido
pero vital, como el bebé que se descubre las manos o el perro que descubre que
si se sienta, obtendrá un premio.
Así la miró él, fijamente, y ella
desvió la mirada, esbozando una sonrisa, mientras se recogía el cabello detrás
de la oreja. Cuando volvió a mirar, Brad continuaba mirándola, esta vez con el
ceño fruncido.
-¿Qué…? ¿Qué pasa? –Susurró ella,
con una involuntaria voz entrecortada.
-Dices siempre muchas
gilipolleces –respondió él, arrastrando las palabras con el inconfundible tono
de quien se ha pasado con el alcohol.
-Ah –cortada y ofendida, la chica
retrocedió un poco, hasta que su espalda chocó con la puerta cerrada del coche.
-Pero… eres guapa.
Robin volvió a mirarle y él se
inclinó más hacia adelante, hasta que sus labios se pegaron a los de ella. La
atrajo hacia sí rodeándola con los brazos bruscamente, y ella, sorprendida e
increíblemente excitada, se dejó hacer. No era la primera vez que la besaban,
desde luego, pero sí era la primera vez en mucho tiempo, y desde luego la
primera vez con él. Mientras sus labios se juntaban, él trató de meter su
lengua y ella cerró los ojos con fuerza. Sabía a alcohol, era como chupar una
tirita, pero trató de ignorar el sabor y centrarse en la sensación de la cálida
lengua de él acariciando la suya propia. El corazón le iba a mil por hora, y
aún dio un brinco más cuando sintió una de las manos de Brad recorriendo el
corto camino desde su espalda hacia su pecho. Apretó uno como si fuera una
pelota antiestrés, pero no le hizo daño.
En su lugar, Robin lanzó un
gemido que quedó ahogado dentro de la boca de Brad. Aquello debió
envalentonarle, pues la empujó hasta que la cabeza de ella quedó encajada entre
el extremo del asiento trasero y la puerta. Su espalda estaba sobre el asiento
y tenía las piernas flexionadas, con ambos pies rozando las alfombrillas. Brad
la observó unos instantes, como si se hubiera quedado un poco desconcertado,
pero después se inclinó sobre ella de nuevo y volvió a besarla, mientras, con
mucha confusión por parte de ambos, trataba de abrirle las piernas.
Robin de nuevo se dejó hacer.
Estaba excitada y nerviosa. No sabía hasta dónde querría llegar Brad. Le estaba
abriendo las piernas, sí, pero a lo mejor sólo quería un poco de manoseo. Nunca
había llegado más allá, aunque con su ex novio lo había intentado un par de
veces, siempre se echaba para atrás. Cuando la chica entreabrió los ojos y vio
a Brad, aún con los ojos cerrados, dirigiendo una mano hacia el bolsillo
trasero de su pantalón y sacando un condón, supo lo que iba a pasar. Dios mío.
Ella volvió a cerrar los ojos. ¿De verdad quería que su primera vez fuese así?
Con las manos temblorosas rodeó el cuello de Brad. Estaba excitada y le
apetecía mucho, pero era una situación tan cutre. Bueno, ¿qué más da? ¿No era
la virginidad un concepto ficticio al fin y al cabo? El corazón le golpeaba tan
fuerte contra el pecho que comenzó a dolerle.
Las manos de Brad aún acariciaban
sus pechos, esta vez por debajo de la fina camiseta de tirantes negra que
llevaba Robin. Una de sus manos descendió y le subió la falda, para luego
internarse entre sus piernas. Apartó las bragas a un lado y acarició los
calientes labios de la chica. Lanzó un jadeo de excitación cuando los encontró
completamente mojados, y ella respondió con un suspiro de placer. La toqueteó
un rato por ahí abajo, hasta asegurarse de que estaba completamente excitada, y
después forcejeó con su cinturón. Robin alargó sus temblorosas manos hacia él, ayudándole
a bajarse los pantalones lo justo para dejar entrever un miembro hinchado y
aprisionado dentro de unos boxers oscuros. La chica se ruborizó y apartó la
mirada, no quería verlo, era demasiado obsceno, demasiado…
Para cuando quiso darse cuenta,
él ya se había puesto la gomita y se estaba inclinando de nuevo sobre Robin.
Esta vez puso las manos a cada lado de su cabeza, y al instante ella sintió una
dolorosa presión a la entrada de su sexo. Cerró los ojos con fuerza, y apretó
los dientes. Notaba que el chico jadeaba por el esfuerzo, tratando de abrirse
paso en un camino muy estrecho y casi sellado. Finalmente consiguió derribar el
obstáculo con un golpe de cadera, y ella dio un jadeo agudo. Brad la miró
unos instantes, sin comprender, pero, aún obnubilado por los efectos de los
cubatas no le dio más importancia y continuó arremetiendo contra ella.
Robin jadeaba con cada embestida,
pero después del dolor inicial dejó de sentir nada dentro de ella. Notaba el
movimiento, pero nada de placer. Desilusionada, se encontró a sí misma deseando
que acabara de una vez. ¿Por qué le había dolido tanto? Quizá si no tuviera el
culo pegado al asiento plastificado de un Chevrolet del 78 habría podido
relajarse un poco. El chico jadeaba sobre ella, y al poco rato sintió que
aceleraba el ritmo de sus embestidas hasta que finalmente gruñó y descargó el
peso de su cuerpo sobre ella. Robin le rodeó con los brazos durante unos
instantes, tratando de encontrar esa apacible sensación de calma post coito de
la que hablaban las novelas picantes. Pero no encontró nada.
Tras unos instantes Brad salió de
su interior y después volvió a sentarse sobre el asiento trasero del coche,
mientras Robin le imitaba. Ella recogió sus bragas, que habían quedado hechas
una pelota, aún enganchadas a su bota izquierda, y se las puso. Brad se abrochó
la camisa, dejándose algunos botones por el camino, y se quitó el preservativo
con un sonido parecido al que hacen los médicos cuando se ponen los guantes de
látex. Robin llevaba la falda al revés, así que se incorporó levemente y se la
colocó bien; después, volvió a sentarse y se dirigió a Brad, sin saber qué
decir pero sabiendo que debería decir algo.
Brad estaba con los ojos cerrados
y la cabeza, completamente inerte, apoyada sobre el respaldo del asiento.
Llevaba aún el miembro por fuera del pantalón y el preservativo en la mano.
Robin sintió que las lágrimas picaban detrás de sus ojos. Sin saber qué hacer,
decidió meterle el pene fláccido dentro de la ropa interior, cogiendo ambos con
las puntas de los dedos, y después guardó la gomita dentro de un pañuelo y esta
dentro del bolso. Ya la tiraría cuando nadie mirase.
Salió del coche peinándose con
los dedos y cerró la puerta tras ella. Le temblaban las piernas y sentía cómo
el peso de una sensación desagradable le oprimía el pecho; ¿era vergüenza?
¿Pena? Anduvo con pasos vacilantes hacia la entrada del local, apretando los
labios para retener el llanto al menos hasta llegar al baño, pero allí se topó
con Robert.
-Te estábamos buscando –dijo,
aproximándose a ella- ¿dónde estabas?
-Eh… -ella fingió una sonrisa,
mientras miraba hacia la puerta del local. Alguien entró en ese momento y a
través de la puerta abierta pudo vislumbrar el aparcamiento. Parpadeó y volvió
la vista a Robert- estaba buscando a Brad.
-¿Le has visto?
-No, no. Bueno, creo que ha ido
al aparcamiento. Pero no sé.
-Vale, voy a buscar a Bruce y nos
vamos –dijo Robert, dándole una palmadita en el hombro.
-¿Y Neal y Kim? –Preguntó Robin.
-Se han ido ya con su coche.
Robin asintió, mientras le miraba
alejarse. Una lágrima rebelde se le resbaló por el lacrimal pero la limpió apenas
la sintió. Aguanta, aguanta.
Robert regresó con Bruce casi de
inmediato, y deshicieron el camino que había hecho Robin hacía pocos minutos
por el aparcamiento hacia el coche de Brad. Éste seguía dormido en el asiento
trasero, y aun a medio desvestir parecía simplemente un borracho. Robin evitó
mirarle y se sentó en el asiento del copiloto. Evitó mirar también al resto de
sus amigos, sintiendo el condón usado de su bolso como si fuera un reclamo para
pájaros que no dejaba de sonar.
Al día siguiente Robin se
encontró con sus amigos en la cafetería del centro comercial. El sol apretaba
demasiado para un pobre grupo de resacosos, y todos, con caras largas y gafas
de sol, se sujetaban la cabeza con las manos, algunos incluso poniendo sus
refrescos fríos contra sus frentes. Robin saludó escuetamente y se sentó en una
silla vacía junto a Bruce. Al escuchar su voz, Brad levantó la vista y los ojos
de ambos se cruzaron. Robin esbozó una leve sonrisa como saludo, y el chico
frunció el ceño y desvió la mirada. En sus ojos pudo ver la duda, el miedo y
quizá, la tristeza. Sintiendo un estremecimiento en el pecho, Robin decidió
dejar las cosas como estaban. Sería mejor para todos.