Prólogo. Introducción. Lo que coño sea

La oscuridad del interior del coche se iluminó brevemente cuando dos puntos rojos se prendieron de pronto. Dos puntos rojos incandescentes que brillaron violentamente unos segundos, y después se apagaron, envueltos en un halo de humo, y el automóvil quedó tan oscuro como al principio. Dos figuras en su interior miraban fijamente hacia adelante, iluminadas vagamente por las luces del hall de un lujoso hotel junto al que habían aparcado, y la luz de sus cigarrillos cuando daban una calada.
-¿Vas a seguir sin hablarme? –Preguntó la chica, sin apartar la vista del parabrisas delantero. El hombre a su lado respondió con un gruñido. Ella volvió a darle una calada al cigarrillo y chasqueó la lengua- No entiendo a qué viene tanto drama, la verdad.

El extremo del pitillo del hombre junto a ella volvió a encenderse en un rojo furioso, mientras él entrecerraba los ojos y tamborileaba los dedos sobre el volante. Dado que las ventanillas estaban subidas, se había formado una espesa capa de humo bajo el techo del coche, por los cigarrillos que fumaban y otros tantos aplastados en el cenicero sobre el salpicadero.

Tras una pausa, se sacó el cigarrillo de la boca y dejó caer la mano sobre el volante, expirando lentamente el humo contenido en su garganta.
-¿Tenía que ser un puto Subaru? –Preguntó él con voz profunda.
-¿Qué?
-Que si tenía que ser un puto Subaru. Un coche de japos. El coche que usan los niñatos de polla diminuta para poder follarse a su prima en el asiento de atrás. Un Subaru, joder. Un puto Subaru con alerón trasero.
-¿Qué pasa con el alerón? Es aerodinámico. –La chica levantó las piernas para apoyar los pies desnudos sobre el asiento, apoyando la barbilla sobre las rodillas.
-El alerón es una puta mierda. Pero sería pasable si el coche no fuera azul. Azul como los putos Pitufos.

Ella esbozó un mohín y volvió la cabeza para mirar por la ventanilla.
-Es que no les quedaba en rosa –murmuró, manteniendo la boca pegada a las rodillas.

La hiriente respuesta del piloto quedó abortada cuando ambos vieron cómo las puertas giratorias del hotel comenzaban a moverse, dejando ver a un hombre trajeado con un maletín negro en la mano, atado firmemente a su muñeca por unas esposas plateadas. El hombre en cuestión avanzó unos cuantos metros, mientras sacaba del bolsillo las llaves de un coche que no tardó en encenderse. Los dos ocupantes del Subaru bajaron las ventanillas al unísono para lanzar los cigarrillos hacia afuera, y mientras el hombre arrancaba, la chica sacó una Glock 26 de la guantera.

Se pusieron en marcha casi de inmediato, siguiendo siempre al Peugeot negro desde una distancia prudencial.
-¿Sabes, los ornitorrincos? –Comentó ella, sin apartar la vista de la carretera.
-¿Eh?
-Los ornitorrincos. Los únicos mamíferos que ponen huevos.

El hombre se quedó en silencio.
-¿Nunca te has preguntado cómo lo hacen para mamar teniendo pico? –Insistió ella, examinando con dedos expertos el arma que tenía entre las manos.
-Joder, no –exclamó él, virando bruscamente con el volante cuando repentinamente el hombre del Peugeot tomó una salida inesperada.
-Por lo visto –respondió ella, asiéndose al asidero sobre la ventanilla del coche- sudan leche. Se les hacen lamparones de sudor de leche en la barriga, y de ahí beben las crías.

Tras casi media hora de discreta persecución, por fin divisaban en la lejanía las luces rojas de un puticlub, y previsiblemente, el coche al que seguían comenzó a decelerar.
-Qué bicho tan jodidamente raro –comentó el hombre, reduciendo la velocidad del Subaru.
-Y eso no es lo mejor –respondió ella.

Sin embargo, no tuvo tiempo de explicarle qué era lo mejor de los ornitorrincos, pues poco después ambos detenían el coche en un terraplén en la parte trasera del prostíbulo.
Sin decir una palabra, la chica se quitó el cinturón de seguridad y salió del coche, aún descalza, mientras el hombre, tras poner el freno de mano, se encendía otro cigarrillo. La muchacha avanzó de forma decidida hacia el ejecutivo trajeado. Sin pensarlo, sin dejar que su víctima profiriera una sola palabra, alzó la Glock y le disparó en la cabeza. Éste cayó hacia atrás violentamente, chocando contra su propio vehículo y salpicando sangre por todas partes. La joven se acuclilló junto al cadáver, y mientras cogía con ambas manos el maletín plateado, el hombre desde el coche pudo vislumbrar su repentina expresión de frustración.

Poco después, ambos volvían a ocupar su lugar en el Subaru. En el asiento trasero del coche descansaba el maletín negro del ejecutivo del Peugeot, encadenado aún a las esposas plateadas. El extremo de éstas se perdía en un amasijo de papeles de periódico y plásticos empapados en una reveladora sustancia roja. La chica, con las manos cubiertas de sangre, tanteó la cajetilla de Red Apple que había sobre el salpicadero, y su rostro se tornó en una mueca de enfado cuando la encontró vacía.
-Has tardado mucho en cortarle la mano a ese tío. Me aburría. –Se justificó él, antes de que ella profiriera una queja.
-Tenemos que empezar a incluir un serrucho en nuestro equipo –respondió ella, aún con la frente perlada de sudor debido al esfuerzo- no veas lo que cuesta serrar un hueso con un cuchillo militar.
-Al menos podías haber cortado más cerca de la muñeca, joder –exclamó el hombre, echando un breve vistazo al asiento trasero del coche. Tras un bache, el bulto sangriento se movió, revelando algo con dedos.
-O podrías habérsela cortado tú –respondió ella, rebuscando en la guantera algo para poder fumar.
-Estate quieta, coño, estás llenando el puto Subaru de sangre.

De pronto, unas luces azules iluminaron el interior del coche desde atrás. Ambos se volvieron para mirar por encima del hombro, y después se miraron entre ellos.


Mierda.