Mi cabello largo y suelto se mecía al compás que marcaba la
fría brisa marina de Manhattan. Mientras, apoyando los codos sobre la barandilla de una de
las terrazas de la torre Stark, trataba de vencer mi pánico a las alturas para
poder disfrutar de las increíbles vistas que ofrecía aquella ciudad. A pesar de
que todos los altísimos rascacielos se recortaban sobre un cielo negro
aterciopelado, el fulgor que emitía Manhattan era tanta que apenas parecía de
noche. Las luces de los edificios titilaban bajo mis pies, mientras escuchaba
los sonidos de la noche, el eco distante del mar al fondo… todo ofrecía un
paisaje urbano sin igual en el mundo. Era como observar una galaxia lejana,
completamente diferente a la nuestra.
Me retiré un mechón de cabello de la frente, volviéndome hacia mis compañeros. Mark, o Tyr, estaba de pie junto a mí, apoyado
contra la barandilla de cristal; Hoydt se encontraba sentado en una de las
tumbonas que decoraban la amplísima terraza, y Ethan, de pie, volvía a sacarle
brillo a su armadura por enésima vez. Tras mi breve ataque de histeria y la
sorprendente declaración de Hoydt habíamos decidido abandonar definitivamente
la reunión y salir a la terraza –que doblaba el tamaño de mi habitación en la
residencia. Qué coño, de la residencia en sí- para poder tener un momento de intimidad. Sentados en la zona de
descanso, decorada por cuatro tumbonas de tela y un par de mesillas de cristal,
aún habíamos sido incapaces de proferir palabra, pues nada más salir nos
habíamos visto sobrecogidos por el paisaje.
Les observé a todos, uno por uno, apreciando los moretones de la cara de Ethan, los grandes y expresivos ojos de Hoydt y el cabello, otra vez largo, de Mark, que se agitaba al viento como el mío. Sólo habían pasado 48 horas, pero parecía que, efectivamente, me encontraba en otra galaxia. Quizá esto sólo sea un sueño, me repetí de nuevo. Quizá despierte y esté en la residencia otra vez, y mis amigos sean sólo eso, amigos, y no superhéroes.
Les observé a todos, uno por uno, apreciando los moretones de la cara de Ethan, los grandes y expresivos ojos de Hoydt y el cabello, otra vez largo, de Mark, que se agitaba al viento como el mío. Sólo habían pasado 48 horas, pero parecía que, efectivamente, me encontraba en otra galaxia. Quizá esto sólo sea un sueño, me repetí de nuevo. Quizá despierte y esté en la residencia otra vez, y mis amigos sean sólo eso, amigos, y no superhéroes.
Un largo escalofrío estremeció mi espalda, y Mark, creyendo
sin duda que había sido causado por la fría brisa, alargó un brazo y me
estrechó junto a él. Me sonreí. Quizá no todo había cambiado.
-Entonces… ¿cuáles son tus poderes, Hoydt? –Preguntó Ethan
al fin, como si el movimiento de Mark hubiese roto el hechizo de silencio e inmovilismo que nos había embargado momentáneamente.
-Por lo visto puedo alterar la electricidad. –Respondió su
primo de carrerilla, como si llevara un rato preparando su discurso- Genero
algún tipo de impulso electromagnético con el que puedo estropear cualquier
aparato eléctrico.
-¿Sólo eso? –Inquirió Máquina de Guerra, retrocediendo un
paso preventivamente- Vaya mierda, hasta Kitty Pride tiene ese poder de forma
secundaria cuando entra en fase.
Hoydt, notablemente ofendido, frunció el ceño pasándose una
mano por el pelo. Al parecer su hombro maltrecho había sido recompuesto en la
Mansión X por un muchacho con poderes curativos.
-No, joder, no sólo eso. También… bueno, esto lo descubrimos
cuando me probaron en la sala de Peligro. También puedo alzar una especie de
escudo protector, y tiro rayos.
-¿Rayos? –Pregunté yo- ¿Cómo? ¿En plan Emperador Palpatine?
-Sí, algo así. Aunque todavía me cuesta un montón. El
profesor Xavier está bastante desconcertado, dicen que es la primera vez que
ven unos poderes manifestándose en alguien a una edad tan avanzada.
-Todos esperando a los quince para tener poderes mutantes, y
resulta que la edad clave son los treinta y seis –dijo Tyr con una sonrisa- me
consuela, aún me quedan unos cuantos años de esperanza.
-Claro, como si te hiciera falta ser un mutante –repuse yo,
apartándole de un empujón- ¡eres un dios! ¡No te hacen falta poderes! Quien
tiene que mantener la esperanza soy yo, que soy la única que… -de pronto me
quedé callada. En efecto, era la única que no tenía… nada. Incluso Calibán,
pobre, había sido elegido para tener a Venom como huésped. Un nudo en la
garganta me impidió hablar, aunque sonreí, tratando de que no se me notara que
estaba teniendo una pataleta infantil porque "mi hermanito no me deja ser Spiderman, y me lo había pedido yo".
-Bueno, -repuso Hoydt, adivinando mis pensamientos- Ethan
tampoco tiene poderes.
-No, pero él es Máquina de Guerra, ¿creéis que Tony Stark me
dejaría uno de sus trajes alguna vez? Ni de coña. –Enfurruñada, me dejé caer
sobre otra tumbona, apoyando la barbilla sobre mi mano.
Ensayé otra sonrisa
falsa, esperando que cambiaran de tema. Odiaba que se pusieran condescendientes
conmigo, y lo último que me apetecía era una charla de “tranquila, si tú eres
especial a tu manera”.
-A lo mejor eres una skrull –repuso Ethan, con una sonrisa.
-No tiene gracia.
-No, en serio. Examina el grupo: somos un dios, un mecha y
un mutante. Sólo nos falta el alien.
-El alien es Calibán –respondió Mark acertadamente- es
Venom.
-¿Podemos considerar a Venom como un alien? –Inquirió Hoydt-
Sería como decir que Fénix es un alien.
-Vienen de otros planetas, ¿no? Ergo, son aliens –alegué yo
vehementemente.
-¿Entonces los Inhumanos son aliens? Siguiendo tu lógica,
vienen del espacio.–Repuso Ethan, cruzándose de brazos.
-Los Inhumanos nacieron en este planeta –respondí- eso no
cuenta.
-Estás completamente equivocada –me corrigió Mark- los
Inhumanos, de hecho, son aliens. Fueron creados por los Kree.
-Pero han vivido siempre en Attilan, en la tierra –Hoydt me
dio la razón, aunque creo que sólo porque sentía lástima por mí y quería apoyarme de alguna manera.
-¿Cuándo pasaron a vivir en la luna? –Le pregunté a Mark,
volviéndome hacia él.
-Eh… no me acuerdo –respondió él- creo que se estaban
poniendo enfermos o algo así.
-¿No fue por una guerra?
-Inquirió Ethan.
-No, estoy casi seguro de que era por una enfermedad. Black
Bolt les llevó al área azul de la Luna.
Sincronizados, todos alzamos la mirada hacia el satélite
natural de la Tierra, blanco y brillante sobre la azotea del edificio, sobre
nosotros.
-¿Creéis que están ahí ahora mismo? –Pregunté lo que creía
que era lo que estábamos pensando todos.
-No, Reed Richards no les metió en una botella. –Aventuró
Hoydt.
-Da igual, tíos. –De pronto, Ethan dio un golpe sobre una
tumbona- ¿No os dais cuenta? Estamos hablando del único puto grupo de
superhéroes que no está en la reunión que tenemos dentro. Parecemos gilipollas.
En lugar de estar con el Capitán América intentando convencerles de que nos
ayuden, estamos aquí teniendo la misma conversación que tendríamos en la tienda
de cómics.
-Tampoco hace falta ponerse así –repuso su primo, siempre
conciliador- sólo estamos hablando.
-No, Ethan tiene razón –Tyr avanzó hacia una de las tumbonas
y se sentó, apartándose el largo cabello oscuro de la cara- tenemos que decidir
qué hacemos. Podemos empezar a divagar sobre por qué de pronto todos tenemos
poderes o estamos capacitados para ser un superhéroe, como en el caso de Ethan.
Bueno, todos menos Jay. –Ouch, capullo, eso duele. Sin percatarse de mi orgullo
herido, el dios nórdico continuó- podemos empezar a hacer cábalas pero eso no
nos llevaría a ningún lado, ni resolvería el problema al que nos enfrentamos,
que en este caso es qué hacemos con nuestro pueblo. Tenemos que salvarles, y
los héroes de ahí dentro no parecen tener ninguna gana de echarnos un cable.
-Eso no es verdad, hay gente que está dispuesta a ayudarnos
–corrigió el mutante- la Patrulla X, por ejemplo.
Tyr asintió, pero alzó un brazo para interrumpir a Hoydt.
-La pregunta es… ¿queremos que nos ayuden?
Todos miramos hacia él. Fruncí el ceño, ¿qué coño…?
-¿A qué te refieres? –Pregunté.
-Ahora que todos tenemos poderes –ouch, de nuevo- podríamos
ser nosotros quienes salváramos el pueblo.
De pronto, recordé como un sueño lejano la noche en la que
me atacó Dientes de Sable. Sentados en el salón de Hoydt y Jane, planeábamos el
asalto al geriátrico. Mark dijo entonces que nosotros podríamos ser los héroes
que liberaran el pueblo. Le miré, mientras él se rascaba la frente
distraídamente, como solía hacer cuando estaba pensativo. Había sido toda una
profecía, de eso no cabía duda. ¿Lo supo entonces, cuando aún a penas creíamos
lo que estaba ocurriendo? ¿Lo sabía ahora? ¿Era real toda esa seguridad que
aparentaba?
-Todo eso me parece muy buena idea –respondí al ver que
ninguno decía nada. Sentía que debía apoyar a Mark, ya que entonces no lo había
hecho y, como siempre, había acabado por tener razón- sabéis que creo en el
destino y todo eso, y que vosotros hayáis acabado aquí, con poderes… estabais
predestinados, de alguna manera. Creo que deberíais salvar el pueblo.
Hoydt observó sus propias manos, mientras Ethan recogía el
casco de su armadura que había dejado a buen recaudo sobre la superficie de una
mesa.
-El único problema –continué- el único problema que veo es…
¿y qué pasa si cuando volvamos perdéis vuestros superpoderes?
-Supongo que esa es la ventaja de la armadura, funcionará
igual en nuestro mundo –afirmó Ethan orgullosamente.
-Yo me alimento del poder de esto –Tyr alzó la espada que
llevaba al cinto- creo que funciona de una manera similar al báculo de Thor,
puedo transformarme en mi forma mortal gracias a ella, y ésta a su vez se
alimenta de la energía de Asgard. Dado que Asgard está, en principio, en otro
universo, incluso en un universo diferente a este, no importa en cuál esté yo.
Asentí, fingiendo que había entendido completamente lo que
había dicho mi compañero. Sin embargo, no, no lo entendí.
-¿Qué? –Repuse. Él puso los ojos en blanco, esbozando una
media sonrisa de exasperación.
-Ahora que soy un dios y tengo la capacidad para convertirme
en él a voluntad, puedo ser un dios donde quiera.
Ahora sí asentí sinceramente. Me gusta cuando me hablan en
cristiano.
-¿Y qué hay de Hoydt? –Inquirí.
El aludido reflexionó durante unos instantes.
-Desde que sé lo de mis poderes no he dejado de pensar y
realmente creo que no empezaron a manifestarse aquí. En el geriátrico, mientras
buscábamos el portal hacia este mundo, me topé con Bullseye. Él me disparó,
pero la bala, por algún motivo, se detuvo. Y la bombilla del techo estalló. No
sé si mis poderes se manifestaron por el momento de tensión, o… no lo sé. Pero
el caso es que funcionan.
Hice un gesto afirmativo. Sea, pues.
-¿Y cómo volvemos a nuestro universo? –Preguntó Ethan, quien
mostraba, por primera vez, una seriedad impropia de él.
Antes de poder responder, el Capitán América abrió la
terraza suavemente, con una expresión contrita en la que se adivinaba su
incomodidad por interrumpirnos en lo que, desde fuera, parecería una
conversación realmente seria. Sin embargo, halagados porque alguien a quien
admirábamos tanto mostrara tamaña deferencia hacia nosotros, interrumpimos
nuestra charla inmediatamente y esperamos a que hablara.
-Creo que deberíais entrar, me parece que la reunión no está
yendo todo lo bien que esperábamos.
Nos miramos entre nosotros antes de avanzar rápidamente hacia el
interior. La charla fue concisa: los Vengadores, los superhéroes en general
mostraban una enorme reticencia en lo concerniente a viajar a otras realidades.
Afortunadamente, Mark expuso las conclusiones a las que habíamos llegado, y
pude ver un auténtico deje de orgullo en los ojos del Capitán América mientras
él hablaba, de una forma que me hizo sentir orgullosa a mí también. Sí señor,
mis amigos eran unos héroes de pleno derecho. De nuevo tuve ganas de llorar.
Ojalá pudiera formar parte de ellos. Cada vez estaba más claro que el hecho de
que yo cruzara el portal había sido un error. No les había ayudado de ninguna
forma, y de ninguna forma podría ayudarles en el futuro.
-Sólo queda un pequeño problema –expuso Hoydt, finalmente.
-¿Cuál? –Ironman, visiblemente aliviado por no tener que
hacerse cargo de un mundo ajeno al suyo, parecía dispuesto a ayudarnos en lo
que hiciera necesario para quitarse ese peso de encima.
-¿Alguno se acuerda de dónde estaba el portal?
Nos quedamos en silencio. Por lo que parecía, sólo Ethan y
yo habíamos llegado a descender realmente sobre el edificio, y además
conscientes. Sin embargo, el pánico por caer al vacío y el desconcierto
posterior habían borrado cualquier recuerdo que pudiera tener. Les dije lo que
vagamente me venía a la memoria: no debía estar lejos de la Cocina del
Infierno, pues llegué allí caminando; debía ser un rascacielos, porque era
increíblemente alto (una epidemia de ojos en blanco sucedió a mis palabras: sí,
busquemos un rascacielos en Nueva York, seguro que es pan comido); y era un
edificio con portero y puertas giratorias en la entrada. Desde luego, no iba a
ser tarea fácil.
Una voz grave pero sorprendentemente dulce se alzó desde uno
de los sofás. Era Bruce Banner, a quien, ahora que sabía quién era, reconocía
perfectamente, con el cabello negro y, oh ironía, una camisa morada. Me descubrí a mí
misma planteándome qué nivel de estrés podría soportar antes de convertirse en
Hulk. Agité la cabeza para concentrarme en sus palabras.
-Es sólo una idea –se encontraba diciendo el Dr Banner,
mientras se levantaba de su asiento para que sus palabras pudieran llegar a oídos de todos- pero los portales de otros mundos suelen emitir algún tipo de
radiación. Si pudiéramos identificarla podríamos buscar emisiones de esa
radiación con algún detector.
El Capitán América nos observó, mientras nos mirábamos entre
nosotros.
-¿Y dónde está ese detector? –Inquirió Tony Stark.
-En mi despacho.
Retuve un gritito de emoción infantil. Ay la leche, íbamos a
ver el laboratorio de Hulk.