Jason

Movidos por la necesidad imperiosa de abandonar un hospital donde la estridente resonancia de las balas volaba por encima del sonido de las electrocardiógrafos, Jane, Jason y Calibán dejaron atrás pasillos y puertas hasta alcanzar la cafetería, aún repleta de gente desconcertada y asustada por el sonido de las ametralladoras.  Afortunadamente la única puerta de la misma que daba al exterior aún no había sido tomada por ningún miembro de HYDRA, y mientras advertían a gritos a la gente para que abandonaran el edificio, siguieron sus propios consejos y dejaron atrás el hospital.

Una vez fuera, Jason parpadeó, cegado por la intensa luz del mediodía. Siguió, deslumbrado, a las dos únicas figuras oscuras que había frente a él, envueltas en una especie de bruma blanca y brillante que le daba dolor de cabeza. Pasó varios minutos de ceguera angustiosa hasta que la vista por fin se le acostumbró al exterior, y pudo ver a sus compañeros desaparecer rápidamente tras un recodo de la calle. Allí se reunió con ellos, cubriéndose tras el vano de un portal cuya puerta había sido destrozada, como si un coche hubiera alunizado en ella. Amparados por el edificio, por fin, pudieron tomarse un respiro. 

Jason se apoyó, tosiendo como un perro, contra una pared. Apenas podía respirar. Aquella alocada carrera por salvar la vida era lo más parecido que había realizado a un día de ejercicio desde que iba al instituto, y sus ennegrecidos pulmones de fumador trataban de habituarse al ritmo maratoniano de su corazón demandando oxígeno. Jane, por su parte, jadeaba con la frente perlada en sudor, sin apartar la vista de Calibán, que se encontraba completamente fresco, como si aquel recorrido lo hubiese realizado durante un tranquilo paseo, o llevado en palanquín por un ejército a sus pies. Sí, transmitía la soberbia tranquilidad de un emperador romano. No le gustaba, no le gustaba ni un pelo.
Cuando por fin pudo recuperar el aliento, Jane se encaró hacia este, ignorando la banda sonora que componía Jason con sus tosidos de anciano tísico.
-¿Y bien? –Preguntó, recelosa.

El aludido asintió, sabiendo que les debía una explicación.
-Fuimos al geriátrico, -narró, mientras acariciaba su perilla de chivo con dos dedos- y efectivamente había una buena colección de villanos allí. Hasta donde yo sé, capturaron a Ethan y a Jay, y después los llevaron a una habitación. Allí debían estar también Hoydt y Mark, porque cuando fui a rescatarles salieron todos. Después les perdí de vista, y cuando intenté encontrarles, tuve que huir antes de toparme con el Dr Doom. Aunque antes de salir por patas del geriátrico escuché que cruzaron por el portal.
-Espera, espera –Jane emitió un sonido siseante con la boca, como lo haría para frenar en seco a un caballo que se estuviera encabritando- no me cuentes historias: dime dónde está Hoydt.
-Ya te lo he dicho: han cruzado el portal. –Las siguientes palabras las pronunció en su habitual tono de solemnidad, es decir, muy despacio- Están en el universo de Marvel. Bueno, eso creo.

Afortunadamente para Jason, su cerebro llevaba muchos años de entrenamiento para desconectar automáticamente cuando los gritos de Jane alcanzaban ciertos decibelios. Era una muchacha encantadora, siempre se preocupaba por los demás de una manera casi maternal, pero sus maneras eran igualmente maternales a la hora de reprenderles o aconsejarles. Prácticamente le faltaba lanzarles una zapatilla y mandarles a su habitación. De esta manera, como cualquier hijo rebelde, Jason había aprendido a pasar por alto sus riñas, y con una nueva paz mental que Calibán estaba muy lejos de sentir bajo las acusaciones inquisitivas de la mujer, se dedicó a estudiar el escenario que les rodeaba. Juraría que en el edificio ya no quedaba nadie, pues no se oía absolutamente nada más que el sonido lejano de las ametralladoras y las ambulancias que aún acudían en masa, y especialmente saturadas, al hospital. Al fin y al cabo HYDRA había dejado bien claro que no harían daño a los enfermos, aunque no había ninguna garantía de que después de la intervención de Calibán como Venom hubiesen decidido cambiar de parecer. 
La calle frente a ellos estaba desierta, y sus únicos habitantes eran los cascotes que habían caído de la fachada del edificio de enfrente; el chico lo había escuchado en las noticias: hubo un desprendimiento después de que un inexplicable rayo alcanzara al inmueble. En el edificio murieron tres personas, todas ellas habían estado tocando algo conectado a la corriente y se electrocutaron. Tragó saliva. ¿Cuántas víctimas llevaban ya? ¿Cuándo acabaría todo?

Tras el repaso a su entorno, Jason decidió regresar su atención a la pareja junto a él; Calibán aguantaba como podía los embates enfurecidos de Jane, quien parecía a punto de sufrir un auténtico y merecido ataque de histeria. El chico movía los labios, tratando de tranquilizarla, pero se veía constantemente interrumpido por los gritos de la mujer. Quizá no sea tan buena idea gritar, pensó Jason mirando a su alrededor, inquieto. La calle se encontraba completamente vacía pero no quería que los chillidos de la mujer atrajesen a ningún curioso indeseado.

El dependiente de la tienda de cómics volvió a dirigir su mirada hacia Calibán. Su amigo era Venom… eso era algo que este todavía no había explicado, pero y aunque sentía una enorme aprensión, -pues, al fin y al cabo, Venom era uno de los malos- también le daba una agradable sensación de seguridad que no había sentido desde que le dispararon. Si conseguían mantener a raya a Venom, Calibán podría encargarse de protegerles, como lo había hecho en el hospital. Ahora, por fin, tenían los superpoderes de su lado. Incómodo, Jason alargó la mano para rascarse la herida. Se había saltado un par de tomas de antibióticos y analgésicos, y estaba empezando a sentir las consecuencias de ello; el agujero de bala le ardía en el hombro, y los puntos con los que los médicos le habían cerrado la herida le picaban una barbaridad. Contuvo las ganas de seguir rascándose recurriendo a fumar. Buscó el paquete de tabaco dentro del bolsillo de su camisa, un bolsillo que nunca alcanzó, pues siempre olvidaba que iba vestido con una bata de hospital.
Rechinó los dientes, cada vez más nervioso. Sí, definitivamente necesitaba un piti.

Calibán, por su parte, decidió aguardar pacientemente a que a Jane se le acabaran los improperios antes de hablar. Cuando esta, finalmente, perdió la voz, el joven por fin encontró un resquicio por el que meter baza.
-Escuchad, tengo que ir a por mis padres y a por mi hermana. Voy a intentar sacar del pueblo a tanta gente como pueda, pero –volvió a rascarse la barba, sintiéndose culpable por lo que iba a decir- primero voy a rescatar a mi familia.

Cualquiera pensaría que era una actitud egoísta, pero ¿quién no haría lo mismo, en aquellas circunstancias? Quizá fue Jane la única que no sintió la censura moral que debía acompañar a aquellas palabras, pues para ella la familia siempre había sido lo primero; si tenía que elegir entre salvar a uno de sus perros, o salvar a un desconocido, elegiría a sus perros sin dudarlo. Pero Jason y Calibán estaban hechos de otra pasta, una más sentimental, y Calibán se sentía terriblemente culpable abandonando a sus vecinos. Al menos, se dijo, he podido salvar también a mis amigos. Jason, por su parte, sintió el mismo dolor ético antes de hablar.
-¿Podrías sacar a mi padre también?

Calibán asintió. Todos conocían al padre de Jason. Se había quedado viudo hacía relativamente poco tiempo, y tras un par de amagos de infarto, Jason se encargaba de cuidarle. Era hijo único y soltero, y aunque era especialmente reservado en lo referente a su vida privada, todos ellos sabían que su padre era lo único que le quedaba en el mundo. Calibán no hubiese tenido corazón para negarse, aunque hubiese querido, aunque sólo tuviera la mente puesta en salvar a su familia.
-¿Dónde está? –Le preguntó, tratando de que aquel rescate de última hora no estropeara el plan de salvamento que tan cuidadosamente había estado trazando durante las últimas horas.
-Están todos en el polideportivo –informó Jane- bueno, si han sido lo suficientemente inteligentes como para ir. Después de que los terroristas sitiaran las afueras, el ejército trasladó allí a la población civil. Están repartidos entre el polideportivo y el hospital.
-¿"Terroristas”? –Preguntó Jason, enarcando una ceja.
-Así les llaman por la radio –respondió ella- lo escuché mientras venía hacia el pueblo.
-Al polideportivo, entonces –expresó Calibán resolutivamente, mientras una masa oscura, como látigos de alquitrán, comenzaba a reemplazar su clara piel.

Jane dio un paso atrás, dirigiéndole una expresiva mirada de repugnancia y aprensión.
-Aún no nos has dado ningún motivo para confiar en ti. ¿Por qué deberíamos seguirte?

Jason observó casi con fascinación cómo resbalaba una saliva espesa por los afilados dientes de Venom. Éste se volvió hacia la mujer, quien retrocedió hasta chocar contra la pared.

-Porque soy vuestra única esperanza en este momento.