Llançà/Cadaqués/Figueres

Día 1- Llançà
Ha sido el viaje más improvisado al que he ido en mi vida, ¡y me ha encantado la experiencia! No sabía muy bien qué me iba a encontrar, sólo sabía que íbamos a visitar cosas de Dalí (uno de mis pintores favoritos desde pequeña) y que íbamos a estar en plan relax: playita, siesta, paseos... vamos, sin agobios. Lo que nos apeteciera en el momento, lo haríamos; y lo que no, pues no. Las vacaciones perfectas.

Por el camino nos encontramos con esta preciosa plantación de girasoles.

Y nada más dejar las cosas en el hotel, nos fuimos corriendo a la playa. Por aquí todo son playas de roca, lo cual hace que el agua esté limpísisisisima, vamos, es preciosa; pero por otro lado... duele. O sea, duele. Hay que comprarse unas chanclas especiales para ir por el agua, porque bien temí partirme un tobillo al tropezar por undécima vez contra una piedra más grande. Además, hay erizos de mar.


Por la tarde fuimos a visitar el pueblo de Llançà que, sinceramente, no tiene gran cosa, simplemente el atractivo de sus playas y que es uno de los más baratos de la zona. Lo pillamos justo en fiestas, así que había mercadito hippie en la playa y un castillo con bervena a la noche siguiente.
Esta era la iglesia de Sant Vicenç, del siglo XVIII y bastante bonita por fuera. 


Un montón de iaios a la sombra de un olivo en una iglesia, ¿hay escena más española posible?

El antiguo campanario, del siglo XIII

No sé si era porque estaban en fiestas, pero había bastante decoración hecha en lana de punto por el pueblo, pero nunca llegamos a saber qué narices eran o por qué estaban ahí.

Un muro de una casa que databa del siglo XVIII


Como decía, un montón de trabajos en punto que nos tenían totalmente intrigadas.


Había una especie de península en uno de los extremos de la costa que hacía las veces de torre (aunque ya no quedaba ni rastro) en el siglo XVI. Desde allí se veía toda la línea de la costa y el mar, era precioso.







 Día 2 - Llançà y Sant Pere de Rodes

Por la mañana decidimos quitarnos el calor de encima visitando una calita que habíamos divisado el día anterior desde el coche, a la cual se descendía a través de unas escaleritas empinadas. No hay muchas fotos porque no me llevé la cámara a la playa ningún día (como es obvio), pero debéis creerme cuando digo que estábamos flipando de lo bonito que era todo, y de lo limpia que estaba el agua.

 



Por la tarde quisimos hacer la enrevesada travesía en coche que te lleva a Port de la Selva, un pueblo cercano cuya montaña está rematada por un monasterio románico, Sant Pere de Rodes. En mi vida he estado en un puerto de montaña más cansino, venga pegar vueltas y dar curvas. Ni una sola recta en un camino que a vuelo de pájaro sería media hora, pero en segunda y a veinte por carretera fueron... en fin, mucho tiempo. 




Eso sí, el paisaje era de infarto. Y el monasterio... pues aquí lo veis. Consagrado en el siglo XII, estaba rodeado por los restos del castillo de Verdera y el poblado medieval de Santa Creu de Rodes, que no pudimos visitar porque ya se hacía tarde y, sinceramente, estábamos agotadas del viaje en coche.











En el claustro sólo quedaban cuatro columnillas cuyos capiteles fueran los auténticos. Una verdadera lástima.



Una pequeña vista del castillo.

Y la sinuosa carretera.

La torre vista desde dentro.

 Día 3- Cadaquès

Deseando visitar el pueblo de Dalí, fuimos raudas y veloces a su encuentro. Aunque todos los pueblos de la zona se parecen bastante (casas blancas construidas de cara a la costa y al abrigo de la montaña), he de decir que, con diferencia, este es el más bonito que visitamos. Quizá porque es el más turístico o porque en su playa había más afluencia de barcas y tal, pero los edificios estaban más cuidados, y tenía bastante más encanto.





Y desde luego, el tirón de Dalí lo han aprovechado al máximo. Por todas partes.



Sin embargo, le doy un punto negativo por las playas. A pesar de que son ligeramente más cómodas porque las rocas empiezan a ser un poco más... cantos rodados y no rocas de mar puras y duras, dado que en la costa hay tantas barcas y lanchas atracadas el agua estaba bastante turbia, y se veía en el reflejo del agua ese brillo aceitoso del gasoil. La verdad es que daba algo de grimilla bañarse; especialmente después de disfrutar del agua transparente de Llançà.





Aunque la zona por donde vivía Dalí es despatarrante. Totalmente mediterránea, con una plantación de olivos preciosa. Por lo visto compró una casa de pescadores en la zona, y poco a poco fue haciéndose con las que había alrededor. Lo cierto es que después de visitar esta zona puedes reconocer cada paisaje de sus cuadros, lo que hace la experiencia aún más especial.




Este es el paisaje que se veía a través de una ventana en su patio. Desde luego, cómo viven algunos...


La cocina, con unas jarras que ¡las quiero!



Su estudio. Es estremecedor pensar la cantidad de cuadros que habrán salido de aquí.


Además, repleto de rarezas.

El paisaje que se ve desde la ventana del estudio.









El dormitorio. El único dormitorio de la casa. Por lo visto, Dalí recibía a las visitas en el jardín y no tenía más camas para evitar que nadie se acoplara a dormir en su casa. Me parto.


El baño.

Una sala que mandó hacer para Gala, totalmente redonda, con una acústica buenísima, toda en amarillo.

Sus excentricidades se manifestaban en muchas y muy diversas formas. Por ejemplo, tenía una gran cantidad de animales disecados. Con los que, por lo visto, le gustaba jugar para crear animales nuevos... (Eks)


El patio interior.


Desde el jardín, donde estaban todos los olivos y algunas construcciones interesantes.






Como por ejemplo esta escultura, el Cristo de basura.



En el camino de ida hacia Cadaqués, descubrimos que Lorena tenía en la guantera un CD con los grandes éxitos de Mecano, y como todo el mundo se los sabe inevitablemente, los aprovechamos para cantar. A la vuelta nos dimos cuenta de que entre estos grandes éxitos estaba la canción que compusieron en honor a Dalí, así que la pusimos rápidamente. Casi nos costó contener las lágrimas de la emoción.

Día 4 - Figueres

Quizá influida por el tema de que Figueres no tenga playa, creo que es el pueblo que menos me ha gustado, aunque, como en los demás, la gente ha sido completamente encantadora en todo momento. Siempre que hemos preguntado algo, se nos ha dado más información de la requerida, y siempre utilísima (por ejemplo, en Port de la Selva hay un local donde trabaja el coctelero del Bulli. Aunque no pudimos ir porque estábamos cansadísimas).







Aunque, como todos los pueblos de la zona, rezumaba Dalí y arte por los cuatro costados. 


Por cierto, desde aquí quiero hacer un llamamiento y agradecer a la persona que, en la cola de una hora para entrar en el museo de Dalí (y a pleno sol), lanzó un cebo en el Pokémon Go para que la espera resultara menos tediosa. No todos los héroes llevan capa.

Una vez dentro, el museo resulta un poco caótico. Construido en un antiguo teatro del siglo XIX, la disposición de las salas era completamente aleatoria y la gente iba y venía sin orden ni concierto. Además, estaba hasta la bandera. 

Esta instalación estaba en el techo. Me encanta.



La famosa foto de Mae West convertida en un salón. La instalación imitándola estaba justo al lado, aunque no tengo foto.

Cosas raras porque sí. Me encanta este hombre.





De vuelta a Llançà, volvimos a dar una vuelta por el pueblo para despedirnos. Aquí se demuestra que no miento al recalcar lo limpia y cristalina que estaba el agua.




En fin, que tengo que agradecer a Lorena y a Marina que me invitaran a este viaje maravilloso. Me apetecía un montón hacer un viaje de chicas, de relax, con playa, siestas y visitas culturales sin tensión ni prisas. Lo he disfrutado un montón, y desde el momento en el que regresamos ya lo estoy echando de menos.