Hoydt

Mientras me abanicaba con la mano buscando un mínimo de ventilación en aquel sofocante día veraniego, escuché unos pasos animados que se aproximaban por mi derecha. Mi deseo de que se tratara del dependiente de la tienda hizo que volviera la cabeza con demasiada rapidez, de forma que me mareé en el movimiento. Pero el mareo fuero en vano, pues no se trataba del dependiente, sino de Hoydt. 
Hoydt, a pesar de su aspecto juvenil contaba con 36 añazos, y era un friki de los de la antigua escuela, como los había conocido pocos. A pesar de que nos habíamos visto en la tienda de cómics y solíamos coincidir en otros eventos de índole parecida, no nos hicimos amigos hasta que abrió un foro sobre rol en la red. A partir de entonces comenzamos a hablar de seguido, y empezamos a intimar poco a poco fuera de la pantalla. 
Estaba casado desde hacía unos cinco años con una mujer de otro estado a la que conoció en la universidad. Al acabar los estudios, ella se mudó a nuestro pequeño pueblo, y abrió un rancho de caballos. Hoydt, que había estudiado veterinaria, se ocupaba de atenderlos y cuidarlos.

Sonreí mientras observaba sus andares. Se movía con la gracia de un bailarín a pesar de su ligero sobrepeso, quizá porque era estudiante de artes marciales desde hacía muchos años. Pero su rasgo más atractivo, sin duda, era su cara de buena persona; contaba con una eterna expresión risueña que alegraba a todo el que pasara algún tiempo con él. A pesar de que no era el típico "cachas", desprendía ese tipo de atracción que poseen los buenos, como Peter Parker. 

Alcé un brazo para que me localizara, y luego traté de levantarme, con algo de dificultad. Proferí un quejido al apoyar el pie sobre el suelo, pues, oportunamente, se me había dormido una pierna.
-Buenas –le dije, mientras me acercaba a él cojeando.- ¿Qué tal?

A pesar de que era un tío bastante alegre por lo general, la enorme sonrisa que le cruzó el rostro me iluminó como unas luces de freno. Casi tuve que entrecerrar los ojos para poder mirarle directamente.
-Super bien –me respondió, mientras se peinaba el flequillo castaño echándoselo hacia atrás con la mano, y achicaba sus grandes ojos marrones a causa de la sonrisa- ¡voy a ser papá!

Me quedé con la boca abierta unos instantes. ¿Papá? ¿Cómo que papá? Desconcertada, decidí imitar la sonrisa que me brindaba Hoydt y contesté en modo automático.
-¡Felicidades! -¿Felicidades? ¿No se dice enhorabuena en estos casos? Sacudí ligeramente la cabeza.

De pronto una sensación desagradable me subió desde el estómago. Casi como si no me estuviera alegrando de forma sincera. ¿Qué me pasa? Claro que me alegraba de que fuera a tener un hijo, y más teniendo en cuenta lo mucho que lo habían buscado, tanto él como su mujer. Aun así... esa sensación desagradable persistía, ¿qué podría ser? ¿Envidia? No, claro que no. Celos. Disimuladamente me pellizqué la parte trasera del muslo como castigo, mientras mantenía la sonrisa que le estaba dirigiendo a Hoydt. Serás estúpida, ¿cómo que tienes celos? Pues los tenía. Prácticamente acabábamos de empezar a conocernos, él, yo, todo el grupo. Si ahora un bebé se metía por medio, toda aquella frágil conexión se perdería, porque ¿cómo iba a tener tiempo Hoydt de preparar una partida de rol, si tenía que trabajar mil horas seguidas, y luego ponerse a cambiar pañales?

Apreté el pellizco, tratando de desechar aquel pensamiento egoísta de mi mente. Era una actitud deplorable, y merecía que el futuro papá me diera una patada giratoria en la cara en aquel mismo instante. Me enfadé conmigo misma, ¿cómo podía ser tan mala? ¿Qué clase de persona piensa así? Resoplé para centrarme definitivamente en la parte positiva del tema (¡un bebé en el grupo! Será divertido) y ensanché mi sonrisa, dispuesta a convertirme en la amiga perfecta.
-Me alegro mucho por ti.

Afortunadamente no tuve que fingir más mi alegría, pues durante nuestra charla, el dependiente se había aproximado, sigiloso como un ninja, y se había dedicado a abrir la persiana, cuyo ruido nos alertó.
-Buenas –le saludamos Hoydt y yo vagamente. Él nos devolvió el gesto sin mirarnos, mientras abría la puerta con la llave y entraba.

Me dirigí hacia Hoydt.
-¿Vamos?
-Pues… -titubeó él- en realidad no había venido a la tienda de cómics. Le había prometido a Jane que iba a coger unos cuantos catálogos de las tiendas de bebés que hay por aquí.
-Oh… -esa respuesta me pilló desprevenida. Joder, me estaba empezando a hacer a la idea de que las cosas iban a cambiar, pero ¿tan rápido? Tratando de disimular mi decepción, respondí- bueno, si cuando termines te apetece venirte, yo voy a estar un buen rato.
-Claro –Hoydt volvió a sonreír, mientras reemprendía su marcha hacia las tiendas de bebés. Su sonrisa estaba adornada por algunos dientes torcidos, pero contribuían a su expresión juvenil y risueña. Le conferían cierto encanto- Si eso, nos vemos luego.
-Ciao –me despedí.

Me quedé observando la espalda de Hoydt desapareciendo dentro de una tienda cercana. Suspiré. Hoydt no sólo era encantador con todo el mundo, sino que parecía el novio perfecto. Tan atento, tan divertido, tan original. Se había declarado a Jane en París, ¿había algo más romántico que aquello? Siempre estaba dispuesto a ayudarnos a todos a pesar de su apretada agenda; siempre intercediendo en las discusiones y protegiendo al débil. Él sí que era genuinamente buena persona. Suspiré de nuevo. Si algún día me casaba, esperaba que fuera con un tipo como él.

Sacudí la cabeza, evitando ideas románticas, y entré en la tienda de cómics, donde me recibió una bofetada de olor a cerrado y a libro lleno de polvo. La tienda había sido de un hombre que llevaba allí desde que Hoydt era una célula protocigótica; un veterano de los cómics que había hecho una pequeña fortuna al poseer la única tienda especializada de toda la región.
Sin embargo, en los últimos tiempos había invertido demasiado en algunas franquicias y estaba de capa caída, así que aquel año había vendido esta tienda en concreto a otro tío, un tipo gay enorme que era antipático a más no poder. Sin embargo, y a pesar de que tenía el enorme defecto de ser fanático de Aquaman, estaba llevando a cabo una renovación en el negocio que, la verdad, no venía nada mal: había puesto de saldo muchísimos cómics antiguos que a nadie gustaban, y figuritas de merchadising de series ya olvidadas; había renovado el aspecto del local y actualmente lo estaba sometiendo a un proceso de limpieza que a todos complació, excepto al pobre dependiente, que sufría de asma, a pesar de que era un fumador empedernido.
-¿Ha llegado el nuevo de Deadpool? –pregunté, sin apartar la vista de la balda de novedades.
-Aún no –respondió el hombre- pero tenemos el nuevo de Linterna Verde.
-Beh, paso. Oye, -de pronto, una idea cruzó por mi mente- ¿no necesitaréis a nadie, verdad?
-¿…eh? –El dependiente estaba distraído apilando unas cajas tras el mostrador, así que no entendió mi pregunta a la primera.

Se llamaba Jason, y aunque tenía unos cuantos años más que yo -pues era de la quinta de Hoydt-, siempre me había parecido un tipo de lo más divertido. Tenía esa clase de humor que las mata callando. Era el hombre más delgado que había conocido nunca, lo cual era extrañísimo porque rara vez hacía algo de ejercicio. De hecho, apilar las cajas de aquella manera era jugar con sus límites físicos. Llevaba el cabello rizado y de media melena, con algunas canas, y recogido tras unas orejas de soplillo que le daban un aire de ingenuidad. Sus ojos, azules como zafiros, se parapetaban tras unas gafas algo pasadas de moda. Y desde luego ya le iba tocando un buen afeitado. No tenía pinta del típico friki, pero en realidad Jason no tenía pinta del típico nada.

Habíamos jugado a rol juntos durante algún tiempo, y nos llevábamos bastante bien.
-Que si necesitáis a alguien. Ya sabes, otro dependiente –repetí, esperando una respuesta positiva.

Había estado mucho tiempo trabajando como niñera, pero empezaba a hartarme de los críos, y trabajar allí, rodeada de cómics, aunque fuera bajo la mano de hierro del dueño del local, parecía poco más que un sueño después de meses y meses de limpiar caquitas.
-Pues la verdad es que este hombre no deja de contratar gente. Sobre todo, gays -respondió Jason mesándose los pelillos de la barba con una mano. Tenía los dedos amarillentos de tanto fumar.
-Pero si tú no eres gay –repuse, extrañada.
-Sí, pero eso él no lo sabe. –Respondió, poniendo expresión confidencial- así que no se lo digas. Esta cara bonita puede abrirme puertas, aunque sean en la otra acera.

Reí, mientras sacaba un currículum de mi mochila. Estaba un poco arrugado, así que traté de alisarlo aplastándolo contra el cristal del mostrador.
-Por favor, dale esto. Si es necesario dile que soy lesbiana. Necesito cambiar de trabajo urgentemente.
-Claro, el tuyo no lo tiraré –sonrió, mientras lo guardaba dentro de un cajón.
-¿Tiráis los currículums de la gente?
-Sólo de los feos.
-Pues no tendréis mucho donde elegir.

Mientras charlábamos, la puerta de la tienda se abrió de nuevo. Me volví hacia ella, esperando ver a Hoydt entrando con uno de esos carritos de bebé. Pero no, no era él. Me giré de nuevo hacia Jason, poniendo los ojos en blanco.