Ethan

Mientras yo experimentaba el encuentro más emocionante de mi vida, mis amigos habían decidido dar un rodeo con el coche. No querían entrar a la manera americana (eso es, dando una patada a la puerta), así que aparcaron junto a la entrada trasera de la residencia, que sólo se utilizaba para sacar la basura por las noches. Por suerte, Calibán conocía aquel edificio a la perfección. El chico, aún sintiéndose extraño pero inmensamente poderoso, no había dicho palabra. Los demás le echaban alguna mirada de reojo, y Mark no apartaba la mano del revólver que llevaba en la cadera. No se fiaba, no se fiaba ni un pelo.


Ethan estacionó el coche silenciosamente y todos los hombres se apearon del vehículo, lanzándole miradas de ansiedad al edificio que tenían frente a ellos. Un muro de algo más de dos metros les impedía ver las ventanas de la planta baja, pero tenían una visión perfecta de los otros tres pisos superiores, que se alzaban ante ellos con su precaria arquitectura. Mark se dirigió hacia el maletero y lo abrió, sacando una bolsa de gimnasio del interior. Dentro, reveló unas cuantas armas de fuego.
-¿Quién sabe disparar? –Preguntó al aire, aun conociendo la respuesta.
-Yo –respondió Ethan, quien había asistido a algunas clases de tiro cuando iba a la universidad.
-Yo he estado en partidas de paintball, ¿eso cuenta? –Preguntó Calibán, examinando una desert eagle.
-Depende, ¿tu equipo ganó o perdió? –Repuso Hoydt, con tono humorístico.

Mark le entregó un peace maker a Ethan y él se cargó una escopeta a la espalda, enfundándose dos pistolas más, una en la cadera y la otra bajo la axila. Después, sostuvo la bolsa entre las manos durante unos instantes, pensativo, antes de darles un arma de fuego a Calibán y Hoydt.
-No disparéis si no es absolutamente necesario. Y por dios, que no nos mate el fuego amigo.

Mark bajó la puerta del maletero y la cerró con un sonido seco, mientras los demás se encaminaban hacia el muro. Nerviosos, miraban a su alrededor, esperando que en cualquier momento apareciese algo o alguien, como había pasado con Venom. Sin embargo, se respiraba tanto silencio que podían escuchar el sonido de sus propios corazones, las hojas de los árboles arrancados deslizarse sobre el suelo, y, de quedar alguno, el piar de algún pajarillo.
Apoyaron la espalda contra el muro una vez llegaron a él, y luego se miraron entre sí.
-Esto es lo que vamos a hacer –masculló Mark, mirándoles alternativamente a uno y otro- voy a trepar el muro hasta asegurarme de que no hay nadie patrullando al otro lado. Cuando lo haga, quiero que Hoydt vaya hasta el coche –le señaló con la cabeza, significativamente- ve hasta el coche y espéranos dentro. No enciendas el motor, no quiero que haga ruido, pero mantén la mano puesta en el contacto. Quiero que estés listo para encenderlo en cuanto nos veas aparecer. No cierres la puerta del copiloto, pero sí las traseras y el maletero. ¿Entendido?

Hoydt, pareció titubear. Quizá quería decir que quería ir con ellos, pero no se atrevió a contrariarles. Porque, aunque no era un cobarde, también se sentía acojonado. Además, debía pensar en el bien de Jane y, en el bebé que crecía en su vientre. Finalmente asintió y dirigió una mirada hacia el coche, calculando la distancia que había entre el muro y él.
-Vale, nosotros –continuó Mark- cuando vea que todo va bien y podemos movernos por dentro del jardín, entraremos en la residencia de alguna forma, Calibán ¿tienes alguna sugerencia?
-He estado pensando –el chico se llevó la mano a la perilla, y agachó la mirada, concentrado- y creo que, al menos yo, puedo meterme por la rejilla de ventilación. Es un poco estrecha, pero seguro que quepo. Vosotros, no lo sé.
-Eso es genial –repuso el militar, quien le sonrió, alentador- eso es cojonudo. Calibán podrá ir por los conductos de ventilación, revisando las habitaciones interiores. Ethan y yo echaremos un vistazo por fuera. No quiero tener que entrar si no es absolutamente necesario. Recordad nuestro objetivo: saber cuántos son y quiénes.  Y no me importa lo interesante que sea la información que estemos recabando en ese momento, dentro de tres cuartos de hora os quiero a todos aquí, excepto a Hoydt, que debe esperar en el coche. ¿De acuerdo?

Como se suele decir en las películas, sincronizaron los relojes, apagaron los teléfonos móviles y Mark se subió lentamente a lo alto del muro, echando una disimulada mirada sobre él. Los alrededores parecían tan silenciosos como había estado todo el barrio en el rato que ellos estaban allí.
El jardín interior estaba seco y descuidado. El césped había crecido sin control y caía amarillento bajo la incidencia del sol veraniego, mientras las malas hierbas comenzaban a invadir lo que antaño habían sido grandes rosales y hiedras que crecían adheridas a las paredes, ahora sin vida. Las ventanas del piso inferior estaban cerradas, y la suciedad y el polvo adherido a los cristales las hacía opacas. Ni siquiera parecía que nadie hubiese caminado por allí recientemente, así que Mark hizo una señal a sus amigos, se encaramó definitivamente al muro y cayó al otro lado con un sonido sordo. Al otro lado, Hoydt corrió, agachado, hacia el coche y entró, cerrando la puerta del piloto tras él. Metió la llave en el contacto y, deslizando el trasero por el asiento, se agachó lo justo para que su visión quedara a la altura del salpicadero. Si alguien miraba hacia el coche de lejos no sabría que había nadie allí. El corazón le latía con fuerza, y, nervioso, rezó para que todo saliera bien.

Ethan y Calibán, por su parte, se asieron por turnos al muro y repitieron el mismo proceso que había llevado a cabo su amigo, cayendo al otro lado con más o menos estilo. Mark les esperaba allí, aún atento a posibles sonidos provenientes de alguna parte del jardín, o del interior del edificio.
-¿Dónde está el conducto de ventilación? –Murmuró Ethan, echando una mirada a la pared que se alzaba frente a ellos.
-Ahí –señaló Calibán, en un punto aproximadamente a dos metros por encima de ellos.

Se trataba de una rejilla tapada por inmundicia, atornillada a la pared. Ethan y Mark cruzaron las manos para que el muchacho pudiera auparse sobre ellas. Los tornillos se habían oxidado hacía mucho tiempo, así que no le fue difícil arrancar el aluminio de la pared. Sin embargo, los ruidos y la respiración agitada de Calibán resonaron por el lugar como un eco. Ethan apretó los dientes, sin dejar de mirar a su espalda. Mark, por su parte, miró con ansiedad hacia Calibán, rogándole, mudo, que terminara de una vez.

Éste por fin pudo encaramarse por el conducto y pasó los hombros por él. Dejó de sentir las manos de sus amigos bajo los pies y pataleó en el aire un par de minutos hasta que consiguió que todo su cuerpo estuviese dentro del enorme tubo. Era estrecho, y desde luego hacía imposible una maniobra rápida, pero podía gatear por él sin problemas, aunque su cabeza chocara contra la parte superior más a menudo de lo que le gustaría. Sus movimientos arrancaban sonidos guturales al aluminio, y deseaba con todas sus fuerzas que no cediera bajo su peso cuando comenzó a moverse. Consiguió mirar por encima del hombro una vez más antes de perder de vista definitivamente el cuadrado luminoso que le habría llevado de vuelta a la libertad.

Ethan miró a Mark cuando vio desaparecer las piernas de su amigo por el conducto de ventilación, y éste asintió. Juntos  recorrieron la parte trasera del edificio, buscando alguna ventana abierta o desde la cual poder vislumbrar el interior, pero era imposible. Antes de entrar, Calibán les había dado una vaga descripción del interior, y sabían que el despacho del director se encontraba en el tercer piso, y estaba orientado a uno de los jardines laterales. Si querían saber quién era el perpetrador de todo aquello, debían ir allí. Los supervillanos siempre eran así de megalómanos, y aquello era tan evidente como que el sol sale por el este y se pone por el oeste. Sin embargo, era imposible llegar allí sin entrar dentro del edifico, y aquello era algo que Mark quería evitar a toda costa.
-¿Dónde está el comedor? –Murmuró Ethan. Mark, que iba delante, se giró hacia él.
-¿Por qué lo preguntas?
-Porque si han hecho una especie de hermandad, el comedor será el sitio donde se reúnan. Es lo más lógico.

Mark le escrutó durante unos instantes, pensando.
-Está en el primer piso, creo que las ventanas dan todas a esa parte –señaló el lateral izquierdo.

Ambos se aproximaron lentamente, y conforme lo hacían, un breve murmullo de voces llegó hasta ellos. Llegaron al borde del muro y se asomaron lentamente. Las ventanas estaban abiertas, y el sol arrancaba reflejos de los cristales, y aunque ligeramente cegados, pudieron ver movimiento en el interior de la habitación. Mark sonrió a Ethan. Tenía razón.

Retrocedieron hasta quedar de nuevo ocultos en la parte trasera del edificio, y se pusieron de cuclillas sobre el suelo.
-Vale, vamos a hacer esto –dijo Mark- iré hasta una de las ventanas e intentaré saber quiénes son y qué hacen aquí. Mientras, necesito que tú te quedes por aquí y vigiles que no venga nadie. Como alguien se entere de que estoy debajo de ellos, soy hombre muerto. ¿De acuerdo?

Ethan asintió, y observó con creciente ansiedad cómo su amigo desaparecía tras la esquina. Después se incorporó, pegando siempre la espalda a la pared, y miró a su alrededor. Si se concentraba podía escuchar el murmullo quedo de las conversaciones que se desarrollaban en el comedor, pero nada más. El sol cada vez estaba en su punto más alto, y comenzaba a hacer mucho calor. El chico se secó el sudor de la frente, y echó un vistazo a su alrededor, esperando que en cualquier momento alguien apareciera.

Finalmente se fijó en que, pegados al muro que separaba la residencia de la calle, habían crecido unos matorrales asilvestrados, algo resecos, que se separaban de él por algo menos de diez metros. Podría esconderse debajo. Corrió hacia ellos y se puso a cuatro patas para refugiarse entre de las puntiagudas ramas. Una le hizo un corte en la mejilla, poco más que un rasguño, pero que con el sudor comenzó a escocerle con rabia. Maldijo por lo bajo, mientras trataba de encontrar una postura cómoda. Pasaron unos minutos que al chico se le hicieron eternos, ¿qué coño estaría haciendo Mark? ¿Por qué le habría dejado de lado? Por lo menos no le había dejado en el coche como a Hoydt. Aunque le tranquilizaba saber que su primo estaría bien. Echó un vistazo a su reloj. Sólo habían pasado quince minutos desde que hubiesen entrado por encima del muro de la residencia, pero parecía que hubiese pasado la vida entera. Y aunque había visto al mismísimo Venom fagocitar a Calibán, aún no podía creer que estuviera delante de una enorme casa con un montón de supervillanos dentro.

Estuvo a punto de echarse a reír por lo absurdo de la situación, cuando el sonido de unos pasos le sacó de sus pensamientos tan rápidamente que se mareó. Eran unos pasos ligeros, cuyo sonido quedaba amortiguado por la hierba seca del suelo. Ethan sintió que su cuerpo se tensaba, presa del pánico. El corazón comenzó a bombearle en los oídos. Los pasos se aproximaron, y él no se atrevió a salir de su escondite ni siquiera los centímetros necesarios para averiguar la identidad de su dueño. Tragó saliva lentamente, mientras una gota de sudor que nada tenía que ver con el calor le recorría la sien. Finalmente, un par de botas entraron dentro de su radio de visión. Eran unas botas de cuero blancas, con tacón. Una par de trozos de tela blanca alargada que rozaba el suelo insinuaban una falda con corte peculiar.

Parecía que el corazón de Ethan iba a estallar. No podía ser ella. Tenía que saberlo, tenía que saber… Sin embargo, cuando quiso asomarse del todo, un brazo fuerte le cogió desde detrás y le inmovilizó aprisionándole la garganta. La sorpresa le jugó una mala pasada y dejó caer su pistola. La punta de sus pies rozaron el suelo un par de veces, mientras trataba de liberarse. Frente a sus ojos estaba, como había supuesto, Mística, quien le miraba con unos ojos amarillos y aterradores. La vio sonreír ligeramente, mientras se peinaba el cabello rojizo hacia atrás con los dedos enfundados en unos guantes de látex blancos. Su piel azulada contrastaba con las calaveras amarillas que llevaba a modo de cinturón.

Ethan lanzó un gemido, mientras pataleaba en el aire. Quien lo cogiera, debía medir como dos metros, y ser ancho como un toro. Consiguió asir un mechón de cabello amarillo con el puño, y tiró de él, arrancando un gruñido de su captor. Dios, era Dientes de Sable. Ethan puso los ojos en blanco, mientras sentía que las venas de su cara estaban a punto de estallar. No podía respirar. Se asfixiaba.
-No lo mates –masculló Mística con una de las voces más sensuales que había escuchado nunca.

Ethan sintió que los músculos del brazo que le aprisionaba el cuello, se relajaban. Inspiró una larga bocanada de aire puro, mezclado con el olor a animal de su captor. Tosió.
-¿Qué hacemos con él? –Preguntó Dientes de Sable, con una voz que asemajaba más un gruñido que un sonido que pudiera proferir cualquier ser humano.
-Vamos a llevarle al despacho, a ver qué puede contarnos.