Muchos
En aquellas fechas el maldito Jingle Bells resonaba, con su música de cascabeles, por doquier.
Fueras a donde fueras, el villancico estaba ahí, en cualquier país del
mundo, acompañado de un lamentable Santa
Claus que en ocasiones se movía y en otras trataba de apoyarse en cualquier
superficie firme, intentando disimular la curda de whiskey mejor de lo que disimulaba su olor. Y aun así los niños
intentaban sentarse en sus calientes y desagradables pantalones.
Jingle Bells, Jingle Bell, Jingle all the way
Claudia y Yasshiff entraron en aquel garito a su estilo: dándole
una patada a la puerta. Sin mediar palabra, dispararon desde el umbral, ambos
ametralladora en mano, haciendo un barrido de izquierda a derecha, de derecha a
izquierda. Mientras los hombres caían al suelo, sin llegar a sacar sus
pistolas, Claudia pensó que deberían haber cogido aquel trabajo para San
Valentín. Ya sabes, un homenaje a Al Capone. Yasshiff disfrutó cuando la penosa
decoración navideña comenzó a saltar por los aires, acompañando los cristales
rotos de las botellas de la barra y los cuerpos de los sorprendidos samaritanos.
Sólo al terminar, Claudia se dio cuenta de que alguien,
seguramente en un gesto que consideró divertido, había colocado una ramita de
muérdago sobre la puerta.
Oh, what fun is this to ride in a one horse
open sleigh
Anne Marie era una de las encargadas de rellenar los
calcetines colgados del sinnúmero de chimeneas del colegio. Descalza y en
camisón, deseaba poder tener la fuerza para levantarse a sí misma y no hacer
ruido, a pesar de que la espesa moqueta amortiguaba la mayoría de sus pasos. A su
espalda, Andrei tarareaba aquel horrible villancico, arrastrando el saco con
los regalos para los críos. La mutante deseó tener la fuerza para levantarle a
él, pues parecía un elefante en una chatarrería.
Aunque la Navidad se le antojaba algo que sólo los pobres de
mente y los niños podían disfrutar, se había ofrecido voluntaria para aquella
ingrata tarea, pues en los últimos días no había podido verse con Andrei todo
lo que quería, y él se iba a marchar pronto de viaje, aunque no sabía a dónde.
Simplemente por puro interés clínico, pensó, deberíamos tener un momento a solas
esta noche. Para charlar.
Jingle Bells, Jingle Bells, Jingle all the way
-¿Es una broma? –Preguntó Inés, después de mirar estupefacta
a su alrededor.
El fuego de la chimenea, por primera vez desde que compró la
casa, estaba crepitando alegremente, y la música de algún olvidado gramófono
sonaba desde algún lugar de la habitación. El olor de las agujas del abeto
llenó la habitación, y había una indecente cantidad de regalos esparcidos por
el suelo. Leonardo, con su sonrisa socarrona de siempre, estaba recostado
contra un sillón, convenientemente alejado del fuego.
-Son para ti –respondió, haciendo un vago gesto con la mano
hacia los paquetes del suelo–Incluso creo que hay algo para Tafari.
Si hubiese estado viva, Inés habría sentido que las mejillas
se le coloreaban por la excitación.
...Oh, what fun is this to ride in a one horse open sleigh