Hoydt dio una dolorosa cabezada cuando el autobús frenó
bruscamente, y su conductor anunció prácticamente a gritos que habían llegado a
la última parada. Westchester. El hombre se limpió la baba que le caía por la
comisura de la boca y se levantó, aún aturdido. Por la ventana sólo se veía la
estación de autobuses de aquella pequeña ciudad, un viejo edificio que había conocido tiempos mejores. En algún momento del trayecto, el hombre cerró los
ojos sólo por un ratito, para descansar la vista antes de llegar, y las
emociones del día pudieron con sus nervios. Ahora, mientras descendía de aquel
autobús cuyo olor le recordaba al gimnasio de su instituto, contaba
nerviosamente el efectivo que le quedaba en el bolsillo.
La enfermera Jane Foster había sido lo suficientemente generosa para prestarle
algo de dinero para salir adelante, pero después de comprar un sándwich y una
botella de Coca Cola en las máquinas expendedoras de la estación de Nueva York,
y del viaje en autobús, le quedaban tan sólo unas pocas monedas. Rezó para que
hubiera dinero suficiente para que un taxi le dejara en el camino hacia la
Mansión X.
Era perfectamente consciente de que su aspecto dejaba mucho
que desear, completamente despeinado y con la ropa algo sucia, con un brazo en cabestrillo y de que era el
único viajero que había abandonado el autobús sin ningún tipo de maleta, ni
siquiera una mochila, así que no se extrañó demasiado cuando la gente empezó a
dejar una distancia segura entre sus propios cuerpos y él. Y eso que tenía cara
de buena persona. No me quiero ni imaginar cómo habrían reaccionado con Mark, y
su barba de una semana.
Pero no tenía tiempo para reflexiones, debía actuar. Con
mucha decisión, avanzó rápidamente hacia la salida, atravesando un mar de
apresurados viajeros que andaban de allá para acá buscando su bus de salida o
reuniéndose con algún amigo o pariente. Pronto atravesó la puerta de entrada y la luz del atardecer le cegó los
ojos. Parpadeó, buscando un taxi con la mirada. Había un par de ellos detenidos delante de
la puerta de la estación, y corrió hacia uno.
-¿Cuánto por llevarme a la Mansión… a la Escuela para
Jóvenes Talentos? –Preguntó Hoydt al taxista, un hombre de mediana edad con un
mondadientes danzando alegremente de un lado a otro de su boca.
El taxista profirió una maldición, asombrando a Hoydt con su
habilidad para escupir sin despegar el palillo de entre los labios.
-¿Es que eres un mutante de esos? No pienso dejar que un
monstruo se suba en mi taxi. ¡Eh, Mike! –Le hizo una seña al otro taxista, que
esperaba, como él, apoyado en la puerta de su coche- ¡No dejes que éste monstruo se suba en tu coche! ¡Es uno de esos
mutantes!
-¡Voy a llamar a la policía! –Proclamó el susodicho Mike,
metiendo la mitad del cuerpo por la ventanilla abierta de su coche.
Hoydt alzó su única mano libre, conciliador, y retrocedió un par de
pasos.
-No soy un mutante –aclaró- pero aunque lo fuera, no veo
motivo para llamar a la policía. No he hecho nada.
-Lárgate ahora mismo si no quieres que saque la pistola de
la guantera del coche –profirió el taxista entre dientes.- Monstruo.
Hoydt sintió que le hervía el estómago de rabia. ¿Cómo podía
haber gente tan sumamente cateta en el mundo? Serán gilipollas. Por el rabillo
del ojo vio que Mike descolgaba una especie de walkie talkie que estaba
enganchado a la radio del coche. No entendió lo que decía, pero supo que
hablaba sobre él, y no era bueno. El asunto se estaba poniendo realmente feo, y
debía abandonar aquel lugar antes de que se pusiera peor; no llevaba ninguna
documentación válida en aquel universo, y si se encontraba con la policía se
iba a ver envuelto en un problema grave. Y también estaba el asunto de la
pistola en la guantera de aquel tipo, que aún le miraba con el ceño fruncido.
Sintió que el fervor de la rabia le subía desde el estómago
hasta el pecho. Estaba a punto de tener un hijo, y no quería tener que criarlo
en un mundo en el que un taxista cretino podía meterle un tiro a alguien sólo
por nacer diferente. Apretó los puños, planteándose, por primera vez en su vida,
si merecería la pena darle una paliza, olvidando por un momento que hasta hacía sólo un par de horas había tenido el hombro completamente fuera de su sitio. Sintió la rabia ascendiendo por su
garganta, hasta que le ardieron los ojos, mientras se extendía también hacia
abajo, hasta que, literalmente, empezaron a quemarle las palmas de las manos.
De pronto fue el propio taxista el que retrocedió, asustado
ante la expresión de furia de Hoydt, y un agudo chirrido sobresaltó a ambos.
Mike sacó el cuerpo del coche mientras su radio lanzaba sonidos agudos al aire,
y pronto comenzó a echar humo.
-¡Hijo de puta! –Profirió Mike a nadie en concreto,
mientras toqueteaba sin cesar los botones de su radio.
El taxista frente a Hoydt le miró, retrocediendo hasta
chocar contra la puerta de su propio taxi. Hoydt relajó los puños,
desconcertado. Frente a la mirada de aquel hombre, de pronto cayó en la cuenta.
-Yo no he sido.
-Ya sabía que eras un puto monstruo.
Hoydt anduvo unos pasos, vacilante y sin atreverse a darle
la espalda.
-Ya me voy –anunció, sin atisbo de rabia ahora en su
interior, pero más asustado que nunca. Asustado por si aquel taxista le pegaba
una paliza, claro, pero asustado también por aquella furia intensa que había
sentido hacía solo unos instantes. Jamás se había sentido así, ¿qué demonios?
-No, tú no te vas de aquí –el hombre se puso en posición de
pelea, y trató de asestarle un puñetazo- vas a pagarle la radio a mi amigo.
Hoydt lo esquivó con maestría. No por nada era experto en
artes marciales.
-Ya he dicho que no he sido yo –insistió, tratando de
tranquilizar a aquel hombre, que parecía fuera de sí.
-¡Cállate, monstruo!
El asunto se estaba poniendo realmente feo. Algunos
transeúntes se habían detenido a mirar la pelea, y se preguntaban unos a otros,
formando un corro a su alrededor, qué estaría pasando. El chico temió que alguien más resultara
herido, especialmente si incluían armas de fuego en la pelea. El hombre trató
de darle otro puñetazo, y al esquivarlo de nuevo, Hoydt perdió el equilibrio y
tuvo que recuperarlo apoyando su única mano sana en el capó del taxi. El sonido de una
pequeña explosión, como un tubo de escape reventando, les arrancó un grito de
sorpresa tanto a ellos como a los mirones que se habían detenido frente a la
pelea. De pronto el coche comenzó a echar humo, y el taxista gimió como si le
hubiesen golpeado en las joyas de la corona.
Aprovechando el despiste, Hoydt dio media vuelta y echó a
correr en dirección a la carretera. Escuchó algunos gritos a su espalda, que se
perdieron rápidamente cuando dejó atrás la primera curva cerrada. Puso una
distancia prudencial de quince minutos en marcha rápida, y cuando se convenció
de que podría oír las sirenas de la policía con un margen suficiente de tiempo
para esquivarlas, se detuvo, resollando. Tuvo que contener las ganas de
vomitar, pues hacía mucho, mucho tiempo que no corría durante tanto tiempo
continuado. Jadeó violentamente, con las manos apoyadas en las rodillas y
viendo cómo las gotas de sudor que caían de su frente manchaban el suelo entre
sus pies.
Joder, no entiendo nada.
Pasó aún algún tiempo hasta que su corazón recuperó un ritmo
normal y pudo empezar a caminar, aún con las piernas un poco temblorosas. Al
día siguiente sufriría unas buenas agujetas, pero al menos había evitado una
pelea que tenía muy mala pinta. Anduvo sin una dirección clara durante un
centenar de metros. La carretera era estrecha y sinuosa, rodeada de altas
laderas coronadas con árboles de copas verdes y tupidas. El sol comenzaba a
descender en la lejanía, y Hoydt agradeció la aparición de una fría brisa
nocturna que le refrescó el sudor que aún perlaba su frente después de la
alocada carrera. Esperaba que, de un momento a otro, algún coche hiciera su
aparición por la carretera para poder hacer autoestop y salir de allí. Ni
siquiera sabía si estaba yendo en la dirección correcta, pero desde luego se
estaba alejando de la ciudad de Westchester. Ya sé que la Mansión X está a las
afueras, pero podría estar yendo perfectamente
en dirección contraria. Aunque, ¿la suerte no sonríe siempre a los
héroes?
Un sonido profundo y vibrante le sacó de sus cavilaciones
bruscamente. Era el sonido de una moto que retumbaba por todo el valle y se
aproximaba rápidamente. Casi retumbaba bajo los pies de Hoydt, que rápidamente
se puso a un lado de la calzada y alzó el brazo sano, con el clásico pulgar hacia
arriba. Pronto las luces de la moto se hicieron visibles al final del último
recodo del camino, y se aproximaron con rapidez hacia el chico, haciéndole
cerrar los ojos debido al deslumbramiento. Cuando los abrió, descubrió con
sorpresa que la moto se había detenido frente a él, a unos pocos metros, y su
ocupante le miraba, expectante.
-¿Qué haces en esta carretera? –Le preguntó con voz grave.
Hoydt quiso contestar, pero su voz se había quedado estrangulada dentro de su
garganta.
Era Lobezno. Era el puto Lobezno. Lobezno estaba ahí parado, encima
de la moto, con su característico corte de pelo, con su barba de varios días,
con sus músculos marcándose bajo una chupa de piel negra. Con las chapas del
ejército colgando de su cuello grueso. Era Lobezno encendiéndose un puro tan
grande como su dedo índice.
-¿Qué haces en esta carretera, nene? –Insistió él,
mordiendo el extremo del cigarro y escupiendo después.
-Iba hacia la Mansión X –con su mente ágil, Hoydt inventó
una mentira rápidamente “soy mutante y he sufrido una agresión de camino, así
que he tenido que venir andando”, y esta mentira rozó sus labios antes de darse
cuenta de que Lobezno podría oler a kilómetros uno de sus embustes. No necesito mentir, pensó
rápidamente, mientras el hombre se llevaba el puro a la boca, aún mirándole con
el ceño fruncido. No necesito mentir, es un héroe- necesito ayuda.
Lobezno le miró durante unos instantes, mientras aspiraba el
humo del puro, apoyado sobre el manillar de la moto. Después, inclinó la
máquina hacia un lado para poner un pie en el pedal del acelerador.
-Sube –gruñó, haciendo un gesto con la cabeza.
Hoydt, emocionado como un niño, se encaramó rápidamente a la
moto, agarrándose, no sin cierto pudor, a la cintura de aquel hombre. Lobezno se volvió ligeramente, mirándole de reojo con el ceño muy fruncido.
-Eh, sin tocar -gruñó, antes de arrancar la moto violentamente. Hoydt soltó las manos de inmediato, buscando a tientas el asidero del asiento trasero, mientras rezaba para no salir despedido de la moto cuando el mutante comenzó a alcanzar una velocidad de vértigo.
Joder, si Jay pudiera verme ahora, se moriría.
-Eh, sin tocar -gruñó, antes de arrancar la moto violentamente. Hoydt soltó las manos de inmediato, buscando a tientas el asidero del asiento trasero, mientras rezaba para no salir despedido de la moto cuando el mutante comenzó a alcanzar una velocidad de vértigo.
Joder, si Jay pudiera verme ahora, se moriría.