Parecía que iba a ser una tarde tranquila, mientras
esperaban a que Jason saliera de trabajar y se acercara a jugar con ellos a
unos cuantos videojuegos. No obstante, esta expectativa de tranquilidad se
resquebrajó en la mente de Ethan cuando el sonido característico del
telefonillo reverberó por el pasillo de la entrada. Jay miró al joven, quien le
devolvió la mirada, desconcertado.
-Pensaba que a Jason le quedaba al menos una hora más – dijo
la chica, dejando la cerveza sobre la mesa de cristal.
Ethan la levantó para poner debajo un posavasos, mientras
negaba con la cabeza. “En casa de los demás sí que eres limpio”, pensó Jay
maliciosamente, recordando las broncas monumentales de Jane por dejar las
botellas de Coca Cola frías en el suelo. Ethan se levantó del sofá y avanzó
hacia el telefonillo, para descolgarlo poco después. Era evidente que el chico
intentaba tener una conversación privada, pues hablaba de espaldas a Jay, y con
voz queda. Jay, por su parte, trató de aparentar indiferencia para ahorrarle a
su amigo una situación incómoda y echó un vistazo despreocupado sobre la pila de
libros que había sobre el mueble de la televisión.
-No voy a abrirte –dijo Ethan con voz seca y un tono algo
más elevado- así que déjame en paz.
La chica se volvió hacia él con expresión interrogativa, ¿quién
sería?
Ethan colgó sin decir nada más, pero quien fuera que
estuviera al otro lado no parecía de acuerdo con la última sentencia de su interlocutor, así
que continuó llamando al timbre, mientras este regresaba a sentarse en el
sillón, ahora mucho más ceñudo. Parecía que su expresión se alargaba conforme
los pitidos se repetían y Jay, sin atreverse a moverse, mirarle, o reírse, se
mantenía tiesa en el sofá, con las manos en las rodillas.
Tan repentinamente como empezaron, los pitidos cesaron,
arrancándoles un suspiro de alivio. Sin embargo, la paz duró poco, pues de
inmediato comenzaron a oír los mismos pitidos de telefonillo, sólo que esta vez
en casa del vecino de al lado. Los chicos se miraron, alerta. Ethan se levantó
de un salto cuando escuchó el mismo sonido en el piso de arriba, y luego abajo.
Entonces sí, Jay no pudo reprimir la risa, mientras el chico prácticamente
correteaba en círculos gritando.
-¡Noooo! ¡No le abráis!
Pero sus despreocupados vecinos no parecieron oírle, porque
a los pocos segundos, las llamadas cesaron. Ethan se llevó las manos a la
cabeza, y Jay se levantó del sofá.
-Pero ¿quién es? –Preguntó ella, divertida y preocupada al
mismo tiempo.
-Una chica –respondió Ethan corriendo hacia la puerta y mirando,
nervioso, por la mirilla.
-¿Una chica? ´-Repitió la chica, poniéndose en jarras; comenzaba
a entender la situación- ¿Una chica a la que te tiraste y luego pasaste de
ella?
Ethan alejó la cara de la puerta para lanzarle una mirada
ceñuda, como diciendo “métete en tus asuntos”, sin embargo, volvió la vista
rápidamente al pequeño agujero de cristal para luego saltar hacia atrás, como
accionado por un resorte.
-Está aquí –murmuró con una voz tan estrangulada que parecía
la niña de Poltergeist. Sucediendo a sus palabras, el timbre de la puerta empezó
a taladrarles los oídos.
-¿No vas a abrir? –Preguntó Jay, con las manos en los oídos
y deseando que acabara aquel ruido infernal. Ethan titubeó, mirando hacia la
puerta.-¿Quieres que llame a la policía? –Insistió ella.
-No –negó el chico, al parecer tratando de recuperar la dignidad.
Cuadró los hombros hacia atrás y avanzó decididamente.
Con el pomo fuertemente asido en la mano, abrió sólo una rendija,
lo justo para ver y ser visto. En el rellano le esperaba una joven bastante
guapa, de cabello rubio y ojos claros, que se encontraba cruzada de brazos y
con el ceño tan fruncido que su rostro parecía la mueca de un dibujo animado.
-Ethan –exclamó la chica con voz chillona- ¡déjame entrar
ahora mismo!
-Lucy, cálmate –respondió él, tratando de mantener esa
compostura firme que había ensayado antes de abrir la puerta.
La joven no pareció verse influida por dicha presencia y,
alzando una pierna le pegó una fuerte patada a la puerta. El chico se vio
proyectado hacia atrás, pudiendo recuperar el equilibrio gracias a una pared
que había a su espalda. Jay pegó un brinco del sobresalto y soltó un pequeño
chillido. Lucy atravesó la puerta rápidamente, y al ver a la chica de pie en
mitad del salón, soltó un grito.
-Hija de puta, ¡eres tú!
La alcanzó en dos zancadas tan rápidas que a penas si las vio, con las manos por delante,
crispadas como si fueran las mortíferas garras de un halcón, dispuesta a
cogerla por los pelos. Jay retrocedió hasta tropezar con el sofá a su espalda y
acabar sentada en el mismo, protegiéndose la cara con los brazos.
-¡Ethan! –Gritó la chica, lanzando patadas al aire para
desembarazarse de su agresora toda ella uñas afiladas e improperios.
-¡Hija de puta, me has quitado a mi Ethan, te voy a matar!
-¡Ethan! –Repitió Jay, desgañitándose, sin poder mirar a
través del mar de garras que trataban de sacarle los ojos.
Por un instante se vio libre de aquellos brazos cuando el
chico corrió hacia Lucy y la agarró por la espalda, tratando de levantarla en
el aire, pero pronto a las manos le siguieron las piernas, que se agitaban sobre ella en un esfuerzo enérgico por patearla. Un zapato de tacón le golpeó en el hombro,
mientras Jay trataba de reptar por el sofá hasta salir de su alcance. Lo logró
cuando su amigo cayó al suelo con su ex amante en brazos y comenzaron a
forcejear sobre la alfombra. Jay corrió hacia el cuarto de baño y echó el pestillo a
su espalda. Con las manos temblorosas llamó a la policía. Ay, la hostia, no sé para qué vengo, pensó.
Cuando llegó la policía, Lucy hacía rato que había
convertido su ira homicida en un ataque de histeria, y después en un llanto tan
agudo que había puesto en guardia a todos los perros del bloque. Sentada en el
sofá y con un cojín en el que hundía la cara, Ethan había conseguido calmarla
al menos lo suficiente para que no le destrozara el piso, o la cara a su amiga
Jay, quien continuaba encerrada en el baño. Durante los días siguientes aquello
se convirtió en motivo de enfado entre los dos amigos, y durante los meses
siguientes fue la anécdota estrella de ambos, quienes parecían haber haber ensayado la narración para convertirla en una vivencia increíblemente divertida.
Lo que venía a decir después de todo esto, es que Ethan
estaba acostumbrado a vérselas en situaciones que una persona media
consideraría demenciales. Así pues, cuando, vagando por los pasillos de Starktech
encontró uno de los almacenes de Ironman repleto de complicadas piezas de
maquinaria, no le tembló el pulso lo más mínimo al entrar. ¿Y si era uno de
esos enormes almacenes de trajes de combate?
Sin embargo, cuando prendió las luces y observó a su
alrededor, la desilusión se adueñó de él. Se trataba de un enorme almacén del
tamaño de una nave industrial pequeña, con estanterías de metal del suelo al
techo y cajas enormes llenas de pequeñas e intrincadas piezas que ni el
ingeniero de Ikea más preparado podría desentrañar. Las paredes restantes
estaban cubiertas con maquinaria de montaje y paneles de herramientas, para los
trabajadores. Afortunadamente para Ethan, Starktech cerraba a las ocho de la
tarde, y en la empresa sólo quedaban los aspirantes a la entrevista, a quienes
seguramente iban a someter a duras pruebas de aguante mental.
Sin embargo, para decepción del chico, en aquella enorme
sala no estaban construyendo armaduras de guerra ni nada por el estilo, sino
partes de partes de alguna pieza de algo. Es decir, era un punto intermedio de
alguna cadena de montaje más larga. Suspiró cuando se dio cuenta de que no
podría salir de allí volando en una armadura dorada y roja.
El chico paseó por la nave, escuchando solamente el sonido
de sus propios pasos propagados como un eco, cuando encontró una caja de metal
más grande que el resto, que rezaba “desechos”. Estuvo a punto de pasar de
largo cuando algo en su interior llamó poderosamente su atención. Entre
millones de pequeñas piezas metálicas sin forma determinada, algo parecía tener
una forma más… antropomórfica. Se encaramó al borde y estiró el brazo para
cogerlo. Sonrió cuando vio que quizá no todo estaba perdido. Lo que sujetaba
Ethan entre sus manos era un brazo de metal. Pero no un brazo robótico, sino el
brazo vacío de una armadura a medio montar.
Excitado, lo llevó rápidamente hacia una superficie plana y
lo dejó allí. Estaba en el montón de desechos, ¿por qué? Sin pensarlo dos
veces, corrió hacia uno de los paneles de herramientas y de un rápido vistazo
seleccionó unas cuantas que, pensó, serían suficientes para desmontarlo. No
aspiraba a hacerlo funcional, pero se moría de curiosidad por saber cómo
funcionaba su interior. Siempre había querido ser ingeniero, pero era hijo
único y la empresa de sus padres tenía que recaer sobre los hombros de alguien,
así que se vio obligado desde niño a estudiar encaminando su futuro a poder ser
útil para el negocio familiar. Lo había llevado con resignación cristiana, al
fin y al cabo era un trabajo estable y le daba el suficiente dinero para vivir
independizado y bastante acomodado, así que no podía quejarse. Pero las
máquinas… siempre habían sido su pasión. Incluso era él mismo quien arreglaba
las máquinas de montaje dentro de su propia empresa, los ordenadores, las
videoconsolas de sus amigos. Todo. Cuando cogía un destornillador no había
aparato electrónico que se le resistiera.
Y ahora, teniendo el brazo mecánico que Ironman había
desechado, no iba a detenerse. Rápidamente y con dedos ágiles y expertos,
desmontó la armadura y comenzó a separar las piezas, dejándolas extendidas
sobre la superficie, que no era más que una caja de metal que había quedado sin apilar. Cuanto más
desmontaba, más maravillado se quedaba. Su interior parecía un laberinto de
ensueño. De ensueño para un geek como él, claro. Todo estaba dispuesto de la
forma más inteligente y utilitaria, y aun así jamás se le habría ocurrido situar
todos los componentes de aquella manera. Los cables, las uniones, los chips,
parecía toda una obra de ingeniería a escala diminuta. Como una Mona Lisa
soldada y llena de empalmes.
Tras aproximadamente diez minutos, Ethan dio con la causa
del problema: habían utilizado un cable equivocado para hacer una de las conexiones.
Tenía que ser de fuerza positiva, y habían utilizado uno neutro. ¿Cómo es
posible que después de toda la pericia montándolo, hubiesen fallado en algo tan
básico? Pero Ethan entendió lo que querían hacer. Utilizando un cable neutro
hubiesen podido aumentar la capacidad de los propulsores; pero habían
inutilizado el resto. Pero podía solucionarse. Podía hacer las dos cosas.
Pensativo, se dirigió rápidamente hacia el montón de desechos y rebuscó unos
minutos hasta dar con lo que buscaba. Después, regresó hacia su superficie de
trabajo improvisada y comenzó con la reparación del brazo. Ni siquiera se había
detenido a pensar en lo que estaba haciendo hasta que giró por última vez el
destornillador, fijando el último de los tornillos.
Después, observó el brazo sobre la caja, y sintió, por
primera vez, que le temblaban las manos. ¿Se atrevería? Antes siquiera de
terminar de formular esa pregunta prohibida en su mente, alargó el brazo
derecho y lo metió dentro de la armadura. De inmediato ésta se movió,
acoplándose a su anatomía. Le estaba un poco grande, pues imaginaba que Tony
Stark estaría en mejor forma que él, pero por lo demás, como había previsto,
era totalmente utilitaria.
Ethan observó su mano unos instantes y, excitado, la abrió y
cerró varias veces. Las luces de neón del techo arrancaban destellos metálicos
a la armadura, que estaba aún en un color metálico neutro, sin pintar. Volvió la mano, y en la palma, justo
en el centro, un círculo grande brillaba con intensidad. El brazo no estaba
cargado, ni estaba conectado al resto de la armadura, así que sólo tendría una
oportunidad antes de agotar su batería autónoma. Pero si lo hacía, si lo hacía… se mordió el labio inferior hasta
casi hacerse sangre. Joder, se moría de ganas de disparar al aire con aquel
disparador de energía que vibraba en su mano; pero si iba a salvar a su pueblo tendría que guardar ese tiro como oro en paño, para utilizarlo en un momento
preciso. Aun así, no pudo reprimir levantar el brazo, extendido hacia adelante. Ojalá alguien pudiera hacerme una foto.
-¿Te importaría disparar hacia otro lado? Le tengo mucho
cariño a esa máquina –dijo una voz masculina a su espalda. La sorpresa le
arrancó un alarido y un brinco; se volvió con rapidez y el brazo reaccionó al
movimiento, desperdiciando con un enorme estruendo aquel disparo tan preciado.
A Ethan se le detuvo el corazón en el pecho al pensar que le
había disparado a aquel hombre que le había dado un susto de muerte, pero cuando
recuperó la visión tras el fogonazo, vio que había alcanzado a la pared junto a
él. El hombre todavía se encontraba apoyado contra la puerta, mirando el
agujero que Ethan acababa de hacerle al muro. Llevaba unos pantalones marrones
con una camiseta negra ceñida, el pelo oscuro muy corto y una perilla. Ethan
pensó que había estado sonriendo, debido a las ligeras arrugas en la comisura
de los labios. Pero si lo había estado haciendo, ahora no sonreía en absoluto. No
tenía una expresión amistosa, de eso Ethan estaba seguro, aunque tampoco podía
culparle.
-Lo siento mucho –dijo el chico, tratando de quitarse el
brazo mecánico- lo siento mucho, no era mi intención -le temblaban tanto las
manos que fue incapaz de deshacerse de él, y cuanto más tardaba en quitárselo,
sintiendo la mirada amedrentadora de aquel hombre, más sentía que los nervios
se adueñaban de su cuerpo, haciéndole más torpe.
Pronto se dio cuenta de que si el hombre no se había movido
ni siquiera cuando le había disparado, no iba a atacarle ni a llamar a nadie
mientras intentaba quitarse la mano. Decidió respirar hondo y mirarle. Si había
conseguido enfrentarse a aquella loca de Lucy, podría con un guardia de
seguridad cualquiera.
-No quería disparar –repitió el chico, alzando las manos hacia
arriba, como si le estuvieran apuntando con un arma. Lo importante era mostrar
que no era un ladrón, y que, manos de Ironman a parte, era inofensivo.
-Lo sé –respondió el hombre, aún sin moverse- lo has
activado por error, por el movimiento brusco. Los de este modelo son muy
sensibles al movimiento.
-No voy a volver a disparar –aclaró Ethan. Por si acaso.
-Lo sé. No tienes suficiente batería para eso. Tendrías que
haberte dado cuenta.
-No quería disparar –repitió el joven.
-¿Qué haces aquí? –El hombre se movió de la puerta y comenzó
a caminar erráticamente por la nave, con las manos en los bolsillos. Pasados
los nervios, Ethan comenzó a sospechar que no se trataba de un vigilante de
seguridad. No llevaba uniforme, ni porra, ni nada.
-Venía a… venía a la entrevista de trabajo. Y… me he perdido
–respondió, siendo fiel a la verdad sólo al cincuenta por ciento.
-¿Venías a robarme las armas para luego venderlas a países
del eje del mal? –Preguntó aquel hombre, despreocupadamente.
-No –negó Ethan rotundamente. ¿Había dicho robarme? –Perdón
pero ¿quién eres?
Aquel hombre se giró, esta vez sí, con una expresión de
sorpresa intensa en su rostro.
-¿Quieres trabajar para mí y ni siquiera sabes quién soy?
Algo refulgió a la altura del pecho de ese hombre, algo
redondo que sobresalía marcando su camiseta en un círculo. Ethan se olvidó de
cerrar la boca mientras le miraba con atención. Después, no pudo reprimir una
sonrisa emocionada.
-Eres… eres Tony Stark. Eres Ironman –afirmó, mientras se
conseguía retirar la mano metálica. Él volvió a sonreír, con un deje de
suficiencia.
-¿Y bien? ¿Para quién trabajas? ¿Corea? ¿Putin? ¿Qué clase
de científico loco te ha entrenado lo bastante bien como para arreglar una de
mis manos defectuosas?
-Yo no soy ningún enemigo, ni pertenezco a ninguna banda
criminal –expresó él- nadie me ha entrenado. He aprendido por mi cuenta –y con tutoriales de internet, añadió
mentalmente. Para demostrarle que no era ningún emisario de… de Fidel Castro,
le tendió la mano con los brazos muy estirados, como si fuera un regalo de un
humilde emisario ofrecido a Su Alteza Real. Le faltó hincar una rodilla en el
suelo.
Tony Stark se aproximó hacia el brazo mecánico y lo cogió,
examinándolo de cerca.
-¿Pretendes que me crea que has arreglado uno de mis brazos
desechados tú solo? ¿Y sin estudios?
-No era difícil. El problema estaba en los cables.
-¿De dónde vienes, chico? –Preguntó Tony Stark, poniéndose
el guante y moviendo los dedos, ajustándolo a su propia anatomía.
-De Kansas –Ethan volvió a ser fiel a la verdad de nuevo al
cincuenta por ciento- de un pueblo pequeño.
-Pues veo que has llegado al País de Oz, pequeña Dorothy. –Ironman
suspiró irónicamente- Últimamente todos los chalados que me encuentro vienen de
Kansas, ¿será por el agua?
Ethan le miró fijamente.
-Kansas apesta, pero ¿has conocido a alguien más de allí? –El
joven se mantuvo clavado en el suelo, apretando ahora las manos contra sus
muslos. ¿Habría encontrado a Mark? Él le miró de soslayo, todavía toqueteando
la mano mecánica.
-¿Por qué? ¿Te interesa?
-Unos amigos míos están en la ciudad –respondió él- creo.
Tengo que reunirme con ellos.
-¿Quiénes?
-Mi primo Hoydt, por ejemplo. Y Mark, y también Jay.
Ironman se volvió hacia él, repentinamente interesado.
-¿Has dicho Jay?
…
En la fiesta todo parecía haberse calmado un poco. El
Capitán América hablaba con pequeños grupos cada vez, como si estuviera en
plena campaña electoral para convencer al pueblo de que lo ideal es viajar a
otro universo a darse de hostias con los peores villanos de su propio mundo.
Conforme pasaba el tiempo empecé a temer que comenzara a perder el interés por
no recibir ningún apoyo. Mientras, yo me paseaba, nerviosa, por la sala, con un
vaso de cerveza en la mano que había cogido sólo para tener algo que hacer
mientras los demás charlaban. En lugar de hablar, simplemente me llevaría el
vaso a la boca, y así no parecería tan apartada y triste. De pronto vi a Hulka
apoyada en la pared, cruzada de brazos y pensativa. Le di un largo trago a la
cerveza y me aproximé.
-Hola –murmuré. Ella me miró, con un mohín.
-Hola –respondió.
-Tienes una piel preciosa en la vida real –dije, para romper
el hielo. De pronto me di cuenta de que parecía que quisiera ligar con ella,
aunque no había faltado a la verdad. Era de un verde precioso. La mujer frunció
el ceño, sin decir nada- oye –añadí, titubeando- de verdad que no me he
acostado con Tony Stark. No le he conocido hasta hoy, en la reunión.
Ella movió una mano, como si espantara una mosca.
-Me da igual con quién se acueste Tony –respondió, forzando
una sonrisa- no te preocupes por eso. Parece que tienes cosas mejores en las
que pensar en estos momentos.
Asentí, dándome cuenta de que quería zanjar así la
conversación. Me alejé, dando algunos pasos sin rumbo fijo, buscando un lugar
apartado en el que sentarme y observar, como una especie de pervertido
perturbado, a todos mis héroes.
Sin embargo, antes de encontrarlo, algo resplandeciente
iluminó el enorme ventanal que daba a la ciudad. Ironman llegaba volando en su
armadura y se había detenido, muy tieso y propulsado con los brazos, justo
delante del cristal. Algunos exclamaron algo hacia él, como “deja de lucirte,
Tony”, y rieron hasta que una segunda armadura hizo su aparición junto a él.
Llevada con mucha menos pericia, se detuvo a su lado, temblorosa, hasta que
ambas desaparecieron propulsándose hacia arriba. Al poco rato, escuchamos cómo
se abría la puerta, y unos pasos metálicos se aproximaban por el pasillo. Las
dos armaduras relucieron bajo la luz de los halógenos del techo. Una amarilla y
roja, y otra completamente plateada, como si fuera un nuevo modelo sin pintar.
¿Máquina de Guerra? A la vez, como si estuvieran sincronizados, se llevaron las
manos a los cascos, y comenzaron a quitárselos. De nuevo, Máquina de Guerra
pareció mostrar algunas más complicaciones a la hora de manejar su armadura,
pero tras unos leves forcejeos, consiguió dejar el rostro al descubierto. Se volvió hacia mí,
dejándome clavada en el sitio.
-Hola, Jay –dijo Ethan, saludándome con una de sus sonrisas
de cabrón afortunado.
-Qué hijo de…